“SIN FILTROS” de Paloma Bravo

Publicado el 19 enero 2024 por Marianleemaslibros

   Pasaje destacado"A Elena le ha hecho gracia esa expresión de Teresa, lo de estar «sin filtros». La conocía por Ana, pero no es lo mismo escucharla en directo. Le recuerda al «Voy a serte sincero» que sueltan algunos antes de clavarte un puñal. Eso de «perdóname, que soy muy claro y por eso te digo esto». Que, bien traducido, es «te digo esto porque te duele; te digo esto para joderte».
Los filtros son un requisito de la vida en sociedad, una dilución imprescindible para que no soltemos todo lo que se nos pasa por la cabeza, para que pensemos en los demás. Los filtros nos dan tiempo para pensar, medir y depurar. Los filtros no son insinceridad y sí pueden ser respeto, sensibilidad y educación. Al menos eso quiere creer Elena, convencida de que, en general, los filtros son civismo y sentido común; «sin ellos, la sociedad es un estercolero»."


Paloma Bravo es una autora madrileña que estudió Derecho y Periodismo. Debutó como escritora en el año 2010 con “La novia de papá”, novela que fue llevada al teatro en una obra protagonizada por María Castro y Eva Isanta, y después ha publicado otros títulos como “Tres mujeres solas”, “Solos”, “Las incorrectas”(2019) y “Una historia de amores” (2022). Además también ha escrito cuentos infantiles y colabora con medios como MujerHoy. “La piel de Mica” (2014) y “La novia de papá” (2011) han sido adaptadas al teatro y “Solos” (2016) se está llevando al cine. “Sin filtros” (2023) es su última novela.
Sinopsis oficial de la editorial
Ana acaba de perder a su padre y escribe compulsivamente textos que no acaba, Elena tararea la música de su adolescencia mientras pelea por el trabajo que merece y Sofía... Sofía, que es más joven, solo intenta mantener la lucidez. Estas tres amigas tan distintas lo comparten casi todo; especialmente, los líos, las risas y la sinceridad. Las tres tienen más de cuarenta, mucho pasado y un presente intensito: un ex maravilloso y otro tremendamente egoísta; madres mayores y de todos los colores (la libertaria, la reprochona y la que se ha hundido en el duelo) y, sobre todo, una adolescente que... ¿se podría devolver...? La maternidad, la pareja, la enfermedad, el edadismo, el desempleo... No se perdonan ni un drama, pero Ana, Elena y Sofía encuentran siempre tiempo para avanzar, para reírse y hasta para montar una revolución.

Los puntos fuertes de la novela
La historia: es sencilla, nada enrevesada. Una historia de las de toda la vida, de tres amigas de las buenas, de esas a las que les confías tus secretos más íntimos, que te recargan las pilas y que siempre están cerca para escucharte y contarles tus alegrías y tus penas, tus fracasos y tus éxitos, para compartir las malas y las buenas noticias. 
Elena, Ana y Sofía no quieren arreglar el mundo, no todavía. Solo pasar una buena noche, entenderse, apoyarse. «No hay nada más urgente para una mujer que ayudar a otra a creer en sí misma»,«Que no pase un solo día sin ayudarnos entre nosotras, que no pase un solo día sin hacernos reír»

Es la historia de cómo se ayudan y apoyan entre ellas cuando toca hacerle frente a esos golpes que noquean y a la difícil tarea que le toca a una de ellas, a Ana, de comprender y acompañar a su hija que está en la peor de las edades, la adolescencia.
La adolescencia consiste en dar infinitas vueltas alrededor de un yo pegajoso y confuso.

Los personajes son sin duda uno de los puntos más fuertes y destacables: la autora ha sabido construirlos auténticos, emotivos y cercanos, con sus fortalezas y sus debilidades, cada cual con sus complicadas vidas y movidas y consigue con ello nuestra máxima empatía hacía ellas. Las protagonistas absolutas son Ana, Sofía y Elena que andan entre la cuarentena y la cincuentena, pero hay más personajes muy importantes en la trama, como las madres de las tres, pero sobre todo las de Ana y Sofía que son las que se encuentran más perdidas por las circunstancias 
Ana: su padre acaba de morir y su madre, Teresa, vive con ella y su hija adolescente, Lola, en su casa hasta que sepa qué hacer con su nueva faceta de viuda triste y solitaria, pero sobre todo por no poder valerse por sí misma a pesar de sus cuarenta años cotizados, a pesar de esos cuarenta años de docencia y de entrega absoluta, que le han dejado una pensión que no le da ni para mantener el piso en el que vivía con su marido. 
Una madre y una hija, ambas llenas de necesidades y de silencios que Ana tiene que adivinar, atender e interpretar; ambas extremadamente frágiles. Tenía que seguir cuidando (y educando) a una adolescente y, además, conseguir que su madre no se desmoronase, que le mereciese la pena esa vida nueva, sin horizonte ni ilusiones, sin salud ni dinero. Que le compensase ser vieja, vieja de verdad.

Ana es a la vez madre abnegada e hija cuidadora, no tiene pareja ni quiere tenerla, prefiere vivir libre sin más pesos a la espalda porque bastante tiene con ejercer de madre sola, ya que el padre de Lola es en realidad un padre ausente y al final le toca a ella hacerse cargo de todo lo relacionado con la niña.
Lola está sufriendo y su padre no está. Lola está viviendo y su padre no está. Lola está, también, disfrutando, creciendo, aprendiendo. Y su padre no está. Lola necesita un abrazo y no quiere necesitarlo. Necesita lo mismo que la calmaba de bebé: la piel, el latido, el olor de su madre. Y necesita a la vez hacerle daño, crecer contra ella, descartarla. Necesita no necesitarla.

Ana es también una madre sobrepasada por una enorme lista de obligaciones ajenas, siempre dedicada a los demás, cuidando a los que están a su cargo. Dando, dando, siempre dando. 
Sofía: es abogada dedicada a temas de separaciones, divorcios y custodias. Con casi cuarenta, es la más joven de las tres, vive en un piso que le compraron sus padres y solo tiene un vicio. . ., correr. Trabaja en su propio despacho, le va bien, no tiene jefes ni necesita dinero. Sofía nunca quiso ser madre, siempre lo tuvo y lo tiene claro, quiere que su vida sea en presente y sin anclas, porque tener hijos le parece una vil atadura, casi una cadena perpetúa. A su madre, Marga le han diagnosticado Alzheimer y ha decidido que cuando empiece a no reconocer a los suyos, le gustaría tener una muerte digna y elegida.
Elena acaba de saber que tiene cáncer de mama, e intenta sobrellevarlo como puede, ayudada y apoyada por sus dos mejores amigas. Su madre, Malena, no le cae bien, aunque la quiere y está aprendiendo a aceptarla tal y como es. Siente que no la comprende reprochándole constantemente que no le haya dado nietos. En el momento actual vive sola, aunque sigue enganchada emocionalmente a su ex, Jorge, que a su vez es el mejor amigo de Ana. Jorge sí es padre, del pequeño Pablo.
La madre de Elena, por ejemplo, es una mujer insegura que sufre al ver a su hija sin hijos, al verse a ella sin nietos. «Ay, hija. Ay, hija…». Llora por lo que para su hija no es desgracia, sino alivio; lo que no es condena, sino elección. Sufre siempre, todo el rato, porque el mundo no es como ella había aprendido, porque la felicidad de su hija no es la que ella imaginó; porque no la reconoce, no la entiende y no la aprueba.

Teresa, la madre de Ana: es un personaje muy interesante. Tras la muerte de su marido, debe reorganizar su vida, sus ilusiones, volver a encontrar el rumbo y a encontrarse a sí misma. Y Teresa no se apoltrona ni se queda en casa llorando, sale al mundo y decide luchar por los intereses de los mayores, ponerse manos a la obra para movilizarlos, haciéndoles ver que aún tienen voz y voto, incitándolos a la revolución, “La Revolución de los Viejos” 
Que os tienen que hacer caso, que votáis, que tenéis necesidades, que todos llegamos ahí, pero es que, además, ser viejo puede no estar mal. Se puede llegar a viejo siendo muy joven. ¿No hay un montón de estudios que dicen que a partir de los cincuenta la curva se invierte y llegan los años de más felicidad? Que uno anda más sereno, más seguro, menos asustado. Sois los que os podéis permitir la revolución porque tenéis tiempo y experiencia para que sea una revolución buena. Una revolución justa que, además, nos acabará recogiendo a todos…

 Los temas que se abordan: La maternidad: una maternidad que se plantea desde el punto de vista de las madres y de las hijas que, además y en el caso de Ana, es madre también. La relación entre Ana y su hija adolescente Lola basada en el amor incondicional, la complicidad y la confianza, es preciosa, no tiene desperdicio. No es fácil conseguir algo así, y yo, mientras leía, no he podido evitar percibir ecos de la relación que yo tenía con mi madre. 
Se ahonda en los entresijos de lo que significa ser madre hoy en día en los tiempos que corren, en estos tiempos de niños que exigen dedicación completa veinticuatro horas al día, siete días de la semana, y explora sobre cómo las madres condicionan a los hijos y esos hijos también a sus propios hijos. Ese tipo de madres que como Ana, viven esclavizadas por el trabajo y la custodia y no consiguen acordarse de la mujer que eran antes de tener a los hijos, ni tampoco recuerdan la mujer que querrían haber sido. 
Las madres no somos narradores omniscientes: somos falibles y asfixiantes, necesarias y sobrantes. Somos imperfectas, somos aspirantes, somos puro esfuerzo. Somos todo lo buenas que podemos. Y la mayor parte de las veces nada de eso es suficiente.

Y pone sobre la mesa otras formas de ver y percibir la maternidad: la de muchas mujeres que como Sofía, nunca han deseado ni necesitado tener hijos, y la de esas otras, quizás la mayoría, que consideran la maternidad como una demostración de amor insuperable, una experiencia extraordinaria, la única que les termina dando sentido a sus vidas. 
¿Lo era? A Sofía le parecía excesivo llamar acto de amor al hecho de traer al mundo a alguien que no lo ha pedido. Ella nunca ha creído en ese falso altruismo: dar para encontrar sentido, querer para que te quieran, cuidar para que te cuiden.

El paso del tiempo, la vejez, cómo la sociedad trata a los viejos a veces con desprecio, como si fueran niños, como si fueran tontos o inútiles y cómo perciben los jóvenes el hecho de envejecer. Y la importancia de la “no resignación”, de plantarle cara a los estragos de la edad, como hace Teresa rebelándose, iniciando la “Revolución de las viejas” 
Abuela», le decían los mequetrefes del otro lado de la ventanilla, y luego le hablaban en ese plural mayestático que a Teresa la sacaba de sus casillas. A ella —que había sido una de las primeras catedráticas en su universidad y que jamás, ni a un hijo, ni a un nieto, le había dicho «guauguau» para referirse a un perro— se le erizaba la dignidad cuando los botarates insistían en dirigirse a ella como si fuera estúpida: «Abuela, ¿cómo estamos hoy?»

Los filtros que nos imponemos y lo bien que sienta soltarlos, decir lo que uno en realidad piensa. Pero como la propia autora nos dice, no se pueden soltar todos los filtros, hay que escogerlos, y quedarse con algunos, con los necesarios, porque no se puede ir totalmente sin filtros por la vida. También está el tema de la importancia de aprender a decir “no” sin sentir culpa, sin miedo a lo que piense la gente, a no dejarse mangonear ni manipular, a mirar más por uno mismo y no tanto por los demás, saber recibir, no solo dar y aprender a dejarse querer.
● Y por supuesto, la novela trata de la verdadera y auténtica amistad, desinteresada, y del tesoro que supone tener “mejores amigas”. 
De eso va la amistad: de hacer y de estar; de llamar, quedar, escuchar, hablar, acompañar, compartir, hacer reír, dejar llorar : Los amigos, los afectos, son un colchón o, mejor dicho, una capa protectora y un superpoder: bien acompañado, bien querido, el ser humano es indestructible. Mortal, claro; indestructible, también.

Lo que hoy en día se conoce como "edadismo" o la discriminación/marginación a la hora de encontrar trabajo que se sufre debido a la edad: quedarse en el paro a los cincuenta, cuando ya es harto difícil conseguir que alguien te contrate, porque la experiencia acumulada, lograda a base de años parece que no cuenta, y porque a ciertas edades te conviertes en alguien matemática y biológicamente prescindible.
La edad, sin embargo, es irrelevante. Lo relevante es el talento, la actitud, la curiosidad, la energía, las ganas, la generosidad. Lo relevante es la capacidad de escuchar, de construir, de aprender, de compartir y de hacer. ! Nos morimos a los noventa, pero nos prejubilan y nos descartan en cuanto cumplimos los cincuenta. Qué desperdicio.

La novela tiene su punto dramático, claro, porque sus páginas encierran dolor, enfermedad, muertes, los consiguientes duelos que cada cual enfrenta como puede, como sabe, y también está el asunto de la eutanasia y del derecho a morir dignamente. Pero aunque son temas tristes, me gustaría recalcar que la autora ha conseguido un toque esperanzador y optimista, de hecho no he llorado, raro en mí cuando se abordan estos temas.
La prosa de Paloma Bravo me ha gustado, su forma de narrar, directa, al grano, hablando sin tapujos, contando verdades y hechos que pueden incomodar, pero de una forma delicada, con dulzura, sacándote incluso alguna que otra sonrisa. 
Al principio, la tentación es irresistible: uno quiere sentirlo todo, sentir el dolor entero, asomarse a ese abismo y quedarse allí, imantado, quieto, honrando el agujero. Es la hipnosis del duelo: el dolor como forma de respeto. Y lo es porque el dolor es proporcional al amor; duele porque quisiste, porque todavía quieres. Y, aun así, el tiempo pasa, el tiempo sigue pasando. Un día, otro y, sin darnos cuenta, el escozor se amortigua, el llanto se seca y empezamos a sentir una pena más sorda y una ausencia permanente.

Resumiendo: “Sin filtros” me ha parecido una deliciosa lectura protagonizada sobre todo por mujeres, cinco mujeres de tres generaciones con fuertes vínculos entre ellas. Una historia de madres e hijas, de abuelas y nietas, de amor y desamor, de camaradería y positividad, en definitiva una historia de vida, de la vida misma, porque así es la vida.
Tener tiempo solo sirve si se tiene también curiosidad y dinero.

¿Os recomiendo esta novela? Por supuesto, por varios motivos: por todos los puntos destacables que os he contado arriba, pero sobre todo porque es una novela bien escrita, con buenos diálogos, que derrocha empatía por todos sus poros y que cuenta con un cierto estilo irónico. Una lectura que he disfrutado mucho y que al finalizarla me ha dejado muy buen sabor de boca.
He leído y comentado "Sin filtros" junto a mi gran amiga Mariana, del blog Los libros de Mava, una lectura más para meter en la saca de nuestro Club de lectura MavaMar. Si os apetece o tenéis curiosidad por saber si ella ha disfrutado la novela tanto como yo, podéis hacerle una visita y leer su reseña AQUÍ, seguro que no os arrepentiréis.
Mi nota esta vez es la máxima, para variar, dicho sea irónicamente: