Sin fisuras – @Patryms

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Cuídense de experimentos aquellos que sostienen la mirada, los que no arrastran los pies, los amantes de novedades y horizontes y los que le guiñan un ojo al espejo. Absténganse de modificaciones quienes registren su propio corazón, los creadores de epifanías, los coleccionistas de historias y los diablos que saben más por viejos.

Como recomendación, le aconsejo buscar y preparar todos los ingredientes antes de empezar, no vaya a ser que después se nos trastoquen las medidas y pasemos a flagelarnos. Si no tiene alguno de los productos que aparecen, y está decidido a probar esta receta, no desespere; seguro que a su alrededor encuentra cualquier excusa que pueda echar al bol para completar el numero idóneo de imperfecciones necesarias. De no ser así recuerde: cuando poco o nada quede por decir, deje al libre albedrío poner la guinda.

Ingredientes:

Tres gotas de colmar el vaso o en su lugar, dos que se encuentre al borde del charco.

550 gr de lo perdido.

Un abandono.

300 gr de lo que pudo haber sido y no fue.

150 gr de lo que no fue, pero no olvida.

Una cucharada sopera de miedo y una y media de mentiras.

Un chorrito de lecciones sin aprender y una pizca de escarmiento.

Cuatro circunstancias, dos ráfagas de aire y un puñado de complejos.

Un par de monstruos.

80 centilitros de recuerdos.

Tres heridas, una o dos cicatrices, un “te lo dije” y dos cucharadas de café de “lo sabía”.

Una afilada declaración de intenciones y promesas rotas, para decorar.

Empiece por escribir esta receta a la vuelta de la hoja de propósitos de año nuevo, será la primera que se manche. Si la ha memorizado, use el folio para la lista de la compra, apuntar el día que cambió la bombona del calentador, o cuánto se le debe al panadero. Quítese el sombrero, el antifaz o la máscara, relaje la postura, suspire y póngase el delantal sin olvidar lavarse las manos.

Mientras vamos haciendo la masa, ponga a precalentar el horno a 210 grados.

Bata las lecciones sin aprender, las gotas que colman y los recuerdos. Insista hasta que la mezcla sea homogénea y añada poco a poco las dos cucharadas de “lo sabía” y los complejos. Seguro que si no van ligados, los unos resaltan el sabor de los otros y viceversa.

En un cuenco aparte, rompa el abandono (no lo dude, si no encuentra uno de su gusto, sustitúyalo por un amor platónico) hasta sacar de la vaina sus semillas, y déjelo macerar con las circunstancias, el aire y el escarmiento.

Eche en un gran bol los 550 gramos de lo perdido, haga un volcán en el centro de la montaña que supone asumir ver tal cantidad de huellas en el camino y coloque dentro la cucharada y media de mentiras con las que convivió hasta este preciso momento. Da igual que fueran dichas o asumidas, seguro que las recuerda bien como para poder separar quien dijo qué. Amase ambos añadiendo poco a poco los 300 gr de lo que pudo haber sido y no fue, tamizado con lo que no fue pero no olvida.

Cuando los ingredientes estén mezclados, vaya incorporando a la masa los monstruos (que le recomiendo calentar un poco antes, para que se integren bien) y la cucharada sopera de miedo.

Una lo batido, lo macerado y lo amasado y deje que doble su volumen. Este proceso requiere más de convencimiento que de fuente de calor, así que si ve que tarda, añádale las heridas.

Una vez haya crecido su pasado hasta ser voluptuoso, ponga el “te lo dije” y vuelva a batir con las cicatrices y las heridas si no las puso antes. Por favor: use la batidora. No se recree en el brillo de la masa ni en el aroma que desprende y no se deje el brazo en lo que ya está casi terminado.

Introduzca en el horno a media altura, bájelo a 180 grados y espere.

Durante el tiempo de cocción no le recomiendo quedarse sentado en el suelo frente al horno. Tampoco coger un libro (no sea que empecemos a soñar), ponerse una canción (vaya a ser que la dediquemos) o mirarse a un espejo. Entienda que esta receta es un borrón y cuenta nueva, un proyecto, una promesa, un nuevo estilo.

Mastúrbese, por qué no. Es un éxtasis rápido que no tardará en conseguir más de cinco minutos y que le dejará sin pensar en los kilos de más, las ganas de menos o los para siempre.

En cuarenta y cinco minutos estará listo. Derrita la declaración de intenciones, vierta a modo de cobertura sobre el resultado y coloque las promesas rotas como más le guste. Deje enfriar y no lo enseñe. Cuando lo parta, verá que el resultado es un maravilloso bizcocho. Perfecto, duro, nada esponjoso e insípido, por supuesto.

He aquí el resultado de lo que pretendemos cuando decidimos correr en dirección contraria a las preguntas, cuando compartimos mitades que ya no queremos y ocultamos que el golpe recibido o dado lleva siempre un nosotros. Cuando le robamos a la duda el beneficio y nos negamos a ver; ni de lejos, ni de cerca, ni con gafas. Cuando nos convencemos de haber perdido lo que dejamos de buscar y renunciamos antes de habernos despedido.

Un yo perfecto, irreal, sin fisuras… Incomible.

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