Las seis de la tarde y sólo tengo ganas de ducha, peli y sofá. Suena el teléfono, mi amigo Luis quiere salir de copas esta noche. Pfff.
Sin muchas ganas le digo que sí, Paco, Antonio y Miguel parece que también se apuntan.
-Está bien, le digo después de quince minutos de darme la brasa para que salga, a las ocho nos vemos en el Bar Sibarita, donde quedamos siempre justo antes de irnos de fiesta.
Después de la ducha, busco una ropa adecuada, a ver a ver, camisa negra, un pantalón vaquero y bah, paso de afeitarme.
Llego al bar y tras los saludos previos y las bromas sobre lo poco que me ven el pelo, empezamos de cervezas. Me siento un poco raro con estos personajes.
Lo típico, cerveza, fútbol, trabajo y mujeres. Todo me suena como un chiste sin gracia.
Qué poca gana de estar.
Paco y Antonio bromean entre insultos cosas de fútbol, menudo par de gilipollas. Miguel que me conoce un poco más me pregunta cómo estoy y qué tal me van las cosas. Asiento con una leve sonrisa mientras le digo “bien”, un poco esquivo.
Nos vamos a un sitio de copas, los chicos se animan, yo menos con ésta desgana que llevo encima. El local es bonito, tenue, pero con una barra luminosa de cristal donde ya llegan tres gin tonics y para mí, un bourbon solo con hielo.
Entre el ruido de la gente suena Adele, y mientras escucho las gilipolleces propias de los forofos del fútbol, me fijo en la entrada del local. Aparecen tres chicas y entre el tumulto que hay se hacen un hueco en la barra.
He dejado por un momento de prestar atención a lo que me cuenta Miguel para fijarme en otra cosa. Ella.
¿Sabes esas veces en que miras alrededor y sin querer tu mirada se cruza con la de alguien?
Pues así, solo que esta vez es diferente, nos quedamos mirando fijamente un instante, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez segundos. Joder, que guapa es.
Miguel me saca de ese momento mágico para llenar la copa, los otros dos siguen igual, con sus cosas sin gracia, pero yo ya tengo algo que me ha animado. Ella.
Es alta, rubia y desde mi posición no veo bien el color de sus ojos, pero si la perfección de sus labios, su bonita sonrisa y su precioso pelo. Nos miramos otra vez, sonrío levemente, doy un trago a mi copa mientras no dejo de mirarla. Ella también lo hace, y sonríe. Su amiga se va al baño, no sin antes decirle que le pida otra copa y con ello ya sé su nombre. Me gusta, me recuerda a aquella chica de instituto que tanto me gustaba, se llamaba como ella.
Es evidente que me gusta, porque no puedo dejar de mirarla y claro, su leve sonrisa cuando me mira hace que empiece a preguntarle cosas, a lo lejos, con miradas.
-Eh tío, ¿qué miras?, pregunta Miguel acusando mi falta de atención. Nos seguimos mirando fijamente, su amiga creo que le ha preguntado lo mismo.
-Nada, nada, estoy pensando en mis cosas. Miguel se da cuenta y se une a la discusión futbolera de Paco y Antonio.
La verdad es que ya hace rato que estoy inmerso en ese cruce de miradas y sonrisas porque es curioso, algo se ha despertado en mí, no hay música ni gente ni ruido, solo ella y yo, y mil dudas entre esos pocos metros que nos separan.
-Voy a fumar, le digo a miguel, que sonríe sabiendo ya de lo que va la historia.
Salgo a la calle, y mientras pienso entre caladas como decirle algo, ahí está, en la puerta tras de mí, mirándome mientras sonríe.
Hola.
-Hola, oye ¿me das fuego?
Si claro, toma.
Nos miramos. Es de esos instantes que se te graban en la mente para siempre, y después de las presentaciones, entre sonrisas y varios cigarrillos más, volvemos dentro con la promesa de volvernos a ver, diez minutos más tarde.
Han pasado varios meses ya de aquella noche, de conversaciones, cafés, y algún que otro chocolate con churros. Nos acordamos entre sonrisas y miradas tiernas de aquélla noche sin gracia, esas noches en las que puedes encontrar el amor de tu vida.
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