En el silencio de una fría noche, sin orquestas ni repique de campanas…
Sólo el anuncio de una Gran Noticia a los pastores, a la gente marginada.
Así llegas y te encarnas.
¡Sin hacer ruido!
No te gusta el espectáculo, ni los fuegos de artificio;
no eres un Dios que busca aplausos, ni quiere honores;
huyes de todo lo grande y ostentoso….
Y te vas a nacer en un pesebre.
Así llegas y te encarnas.
¡Sin hacer ruido!
Y elijes a María, la Mujer del silencio;
la que guardó en su interior la Palabra encarnada.
Y a José, el obrero precario, el que supo vencer la duda.
Ambos dando tumbos por las calles y plazas,
de un pueblo todo lleno de puertas bien cerradas.
Así llegas y te encarnas.
¡Sin hacer ruido!
Y tu voz silenciosa, hecha brisa suave, susurro que habla,
nos invita con fuerza a lavarnos la cara, a limpiar los oídos,
para escuchar con gozo tu Palabra callada,
la que sólo la escuchan quienes saben mucho de silencios,
y muy poco de huecas palabras.
Llega el Dios del silencio, ese que no hace ruido.
¡Abrid las ventanas. No cerréis más las puertas!
Llega en la ternura de un Niño anunciando un Año de Gracia,
para abrir las fronteras, cancelar toda deuda, romper cadenas…
Y que sólo hablen quienes su voz ha sido arrebatada,
quienes no tienen nombre.