Hace más o menos un año encendí la tele en Antena 3 y flipé en colores. Pero mucho. Megan Montaner en una prisión china. Así arrancaba una serie que iba de niños robados. WTF? Capítulo a capítulo la trama iba perdiendo fuerza y, para mí, dejó de tener interés. Pero ahí aguanté, como un campeón, semana tras semana tragándome setecientas veces el mismo anuncio del atresplayer para ver una serie que me tenía enganchado no tanto por su historia como por su atrevimiento.
A la prisión china hay que sumarle prostitución de lujo, secuestros, amenazas, traiciones... y subtítulos.
Menos drama y más tetas. Y venganza, claro. Venganza retorcida y muy loca. Que la prota no podía llegar al país y denunciar. No. O mira, agarrar la escopeta y a por todas. Tampoco. La chica la han vendido como prostituta a la mafia y la han dado por muerta. Acaba en una cárcel china, se escapa, vuelve a España y ¿qué hace? Pues lo que haría cualquier persona cabal. ¿Denunciar? ¿Liarse a tiros? ¿Contratar un sicario? ¿Poner una bomba? ¿Pasar página? ¿Emborracharse cantando Camela en un karaoke? Of course not! Espía a su familia durante unos meses y luego finge amnesia para infiltrarse de nuevo entre ellos. ¡Ah! Y se compra unas gafas muy fashion. Negras, a juego con los taconazos de tres plantas que calza para irse por ahí a hacerse la Princesa Guerrera cual Xena del 2015. Vamos, todo muy normal.
La serie tiene potencial de sobra para ser una gran mamarrachada española. Y no lo digo despectivamente. Una mamarrachada de las buenas, de las que nos encantan. Pero tiene un problema: se toma demasiado en serio a sí misma y así pierde mucha gracia.
Quizás Sin identidad no sea la mejor serie pero oye, está claro que le echan un par. En el prime time de este país nadie bailaba en una barra desde los tiempos de Ana Obregón.