[5/10] Desde la azotea de un rascacielos, Eddie nos cuenta cómo pasó de escritor fracasado y vida ruinosa a hombre de negocios poderoso y bien valorado. Todo gracias a unas pastillas que un amigo le ofreció y que le permitían trabajar con todo el potencial de su cerebro: una cascada de información que llega con todos sus recuerdos, una increíble facilidad para los idiomas, y habilidades que le ayudan a percibir y deducir la mejor solución en el ámbito literario, financiero y sentimental… Pero esa transformación llama la atención de Wall Street y de Carl Van Loon hasta el punto de proponerle la participación en una gran fusión corporativa, y también la de otros individuos necesitados en esas milagrosas drogas NZT que están en fase de experimentación.
En “Sin límites”, Neil Burger traza un thriller con toques cómicos y dramáticos, junto a una incipiente historia de amor en dos fases, un conato de denuncia de corrupción político-financiera-farmacéutica y alguna que otra consideración existencial que no llega a desarrollar. Entre tanto género apuntado, Burger no termina por cargar la historia de fuerza suficiente y darle solidez: la comicidad con el mafioso no pasa de lo rocambolesco (patético es el desenlace en el apartamento, jeringuilla incluida) cuando no resulta ridícula (las demostraciones de idiomas o de artes marciales), el romance con su novia no emociona ni convence, el dramatismo de los efectos secundarios de la droga circula por terrenos efectistas muy cómodos (ese desdoblamiento de la personalidad y los espejos es poco original) o la pérdida de la última pastilla parece más propio de telefilm…, por no hablar del doble chantaje empresarial con el mafioso sofisticado o con el tiburón financiero.
Giros increíbles y artificiosos (baste como ejemplo la subtrama del abogado) para una planificación televisiva que quiere ser trepidante y mantener cierta intriga (sin conseguirlo), que echa mano de un sonido distorsionado y de una sobreexposición lumínica para evidenciar los efectos alucinógenos que sufre el protagonista (quizá, a pesar de todo, el mayor cierto visual de la cinta), que emplea una cámara nerviosa que acelera los tiempos y la percepción del entorno hasta perder contacto con la realidad. Al final, ni Eddie sabe quién es realmente (pretencioso pensamiento existencial), ni el espectador tampoco puede discernir si quien actúa es el escritor o el adicto al NZT… porque el éxito de la droga impide liberarse de su consumo y quiere siempre más, porque da la impresión de que la realidad está siempre falseada o es corrupta en todos sus niveles, porque la historia es confusa en sus bucles y piruetas… hasta llegar a ese forzado golpe de efecto con lo sucedido… “diez años después”.
Da la impresión de que lo que nos cuenta “Sin límites” no tiene fin… y tampoco orden ni lógica racional. En ocasiones parece que estamos ante un cuento moral que terminará con un mensaje contra las drogas o sobre la necesidad de aceptarse como uno es, para después caer en la comedieta de barrio sobre chantajes y guardaespaldas, y terminar con unas peleas poco cuidadas y una oscura trama financiera. El papel de Bradley Cooper le obliga a más de un exceso gestual y aparente para un personaje de nula interioridad, mientras que Robert de Niro pone el rostro y poco más. A un espectador que no se haya creado demasiadas expectativas, puede entretenerle y hacerle pasar el rato, pero estamos ante un película fallida que trata de mostrarnos unas vidas paralelas y aparentes, levantadas sobre demasiada información y poca sabiduría, porque Eddie ha llegado a la cúspide sin subir cada uno de los peldaños… y eso tiene su precio.
Calificación: 5/10
En las imágenes: Fotogramas de “Sin límites (Limitless)”, película distribuida en España por TriPictures © 2011 Relativity, Virgin Produced, Rogue Production, Many Rivers/Boy Of The Year Production e Intermedia Film. Todos los derechos reservados.