Desde que era muy pequeña siempre he tenido miedo. Miedo a los perros, que podían morderme y perseguirme. Miedo al ridículo en un grupo, por si se reían de mi. Miedo a salir de noche por si me atacaban. Miedo en el colegio porque no tenía amigos. Miedo al ruido. Miedo en el trabajo por si me hacían la vida imposible. Sobre este último aspecto es que quiero expresarme.
Pero la gente tiene sus propias preocupaciones, otras cosas, como para estar pendiente de mi o lo que yo haga. Al darme cuenta de eso, cambió mi manera de ver la realidad.
Alguien me dijo no hace mucho que yo podía crear mi propio espacio en el trabajo. Que no tenía que depender de lo que esa persona que tenía al lado hiciera (alguien muy borde y muy negativo, con ganas siempre de discutir, de imponerse por sobre todos, de mandar).
Cuando dejas de pensar en que lo que tu haces lo van a juzgar los de tu alrededor, entonces empiezas realmente a vivir de verdad, a ser libre de esa tremenda carga que llevabas sobre tus hombros. Tu autoestima sube (en mi caso fue de un día para otro) y te sientes más persona, de igual a igual con el resto de la humanidad, y no inferior. Así, ya no dependes de lo que otro sienta, te diga, haga, para tú poder ser, sino de lo que tú haces para estar mejor o sentirte bien.
Ahora voy al trabajo sin miedo, y eso que mis “jefes” (que son políticos, además) me intentaban asustar para hacer que yo me fuera de mi trabajo. Ahora tengo un mejor horario y tengo las tardes libres, aunque acabe muy cansada. Los sábados también son para dedicarlos a la familia, no como antes que tenía que trabajar también. El trabajo es más rutinario y no es lo que me gusta, pero me deja mucho tiempo libre para hacer realmente lo que me hace feliz, como es leer y hablaros de esas lecturas; escribir, pensar, escuchar música relajante, pasear, hablar con alguien tomando un café.
Y es que cuando le ves el lado positivo a todo lo que haces, estés donde estés, empiezas a vivir la vida de verdad.
Sin miedo. Con fuerza y valentía. Siendo tú.