Pero la noticia vuelve. Hasta que un detalle, oído en una radio, me fuerza a reconocer la realidad en toda su dimensión. Un enterrador dice que tan sólo pudo poner en las tumbas, en las fosas, un pequeño cartel con “emigrante 1”, “emigrante 2”, “emigrante 3”… El hombre habla con rabia y pena del abandono en que quedarán los cadáveres a partir de ese momento. Nadie para llorarles, nadie para rendirles homenaje, nadie.
Peor aún, ningún familiar de esos “emigrantes” sabrá dónde está su hijo, su hermano, su familiar, su amigo. Saben que se han ido de viaje, a una tierra de salvación en la que podrán disfrutar de una vida digna.
Pero nunca más tendrán noticias de ellos, nunca les localizarán. Ni siquiera sabrán que están muertos. La duda les matará también a ellos. No sabrán de sus seres queridos, tratarán de justificar sus silencios, inventarán mil conjeturas que les evite saber lo peor. Penarán en vida. Y nunca más sabrán nada. Ellos morirán con la incertidumbre y el pesar por el enorme vacío creado. Imagino qué me pasaría si un familiar, si un amigo mío se va de viaje por trabajo y nunca sé nada más de él. Me volvería loco.
Y yo no sé qué hacer. No puedo quedarme mirando la televisión sin hacer nada. Sólo será un grano de arena en el desierto pero hay que ponerse en marcha. Ser solidario es ser persona.