Siempre me gustaron las series de médicos. Son una debilidad, lo confieso. Desde la genial M.A.S.H., esa sátira sobre los hospitales de campaña en la guerra de Corea de Robert Altman, hasta Urgencias (George Clooney justificaba mi devoción por la serie), pasando por Doctor en Alaska (Cicely se convirtió en un destino idealizado para mí) o The Flying Doctors, una serie australiana que contaba la historia de la difícil vida de los médicos rurales en un país tan extenso en el que la asistencia tenía que ser aérea.
La mayor parte de estas series de mi infancia y adolescencia era norteamericana, y muchas de ellas trataban, en algún momento, un tema que me resultaba lejano y extraño: el hecho de que hubiera personas que no disponían de asistencia médica si no pagaban un seguro privado. Era algo tan increíble que durante mucho tiempo pregunté a conocidos norteamericanos si realmente ocurría algo así en un país que se vanagloriaba de ser la primera potencia mundial. Por desgracia tenían que reconocerlo.
Lamentablemente la situación ha dejado de ser ajena. En este país recortado los parados que no cobran prestación en Murcia han visto bloqueadas sus tarjetas sanitarias y esta semana un desempleado de Baleares con VIH ha pasado por la misma situación. No sé por qué pero no he podido evitar acordarme (igual por desdramatizar algo tan dramático como el hecho de que se niegue la sanidad a alguien) de un capítulo de otra serie, Friends, que sin ser de médicos, describe con ironía esta situación. ¡Que Dios nos coja absueltos…!