A escasos doce kilómetros de donde iban a instalar Eurovegas, en la calle Montera de Madrid, que une la Puerta del Sol con la Gran Vía, decenas de mujeres de múltiples nacionalidades venden públicamente su sexo a los transeúntes.
La misma calle alberga centros de juegos de azar y de apuestas de los salen ludópatas sin dinero ni para el pan, muchas veces ancianos.
Si alguien propone situar ese comercio a lugares menos concurridos, la izquierda denuncia hipocresía y xenofobia, porque las prostitutas son trabajadoras del sexo y la calle es libre.
Algo diferente al mundo de los casinos de verdad que proyectaba instalar en Alcorcón Las Vegas Sands, empresa del magnate del verdadero Las Vegas, Sheldon Adelson, pero que ha abandonado el proyecto para alegría de la izquierda y de los moralistas que prohibirían los casinos, como Franco.
Adelson prometía invertir, según sus últimas ofertas, unos 25.000 millones de euros en la obra más gigantesca conocida en Europa en las últimas décadas para construir Eurovegas, una nueva ciudad separada de Madrid.
El proyecto acogía doce hoteles con un total de 36.000 habitaciones, seis casinos con 18.000 máquinas tragaperras, pero también salas de espectáculos y de congresos y tres campos de golf: la prostitución, en todo caso, sería un adherido espontáneo al turismo de negocios de toda Europa, incluyendo Rusia, que la empresa pretendía atraer.
Empezó todo con una negociación entre Adelson y Miguel Sebastián, ministro de Zapatero, algo que oculta el PSOE aprovechando que el PP madrileño la acogió con entusiasmo ante la promesa de la inversión y los 200.000 puestos de trabajo que generaría.
Las leyes europeas, que impiden conceder las garantías legislativas que exigía Adelson, no las leyes españolas, han impedido la construcción del complejo que sus enemigos decían que sería denigrante, aunque no en Montera.
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SALAS