Pienso que todos los que estuvimos en las calles de Caracas el 6 de marzo tenemos una idea bastante precisa de cuál será el resultado de la elección del 14 de abril. Ese día presenciamos o participamos en una manifestación de la que sólo podemos decir que tiene precedentes en Venezuela porque son muchas las grandes manifestaciones populares que han tenido lugar durante los últimos 14 años, desde que llegó Chávez y comenzamos a conocer lo que es vivir los tiempos intensos y maravillosos de una democracia. Si hemos llegado a “acostumbrarnos” a experimentar tan intensamente la democracia, esto no quita, que antes de Chávez padecíamos un remedo de democracia. Parece obvio, pero no lo es: esto no siempre fue así y no hay que olvidarlo. Algo similar puede decirse del 6 de marzo: si nos acostumbramos a ver al pueblo volcado en las calles por varios centenares de miles, debemos hacer un esfuerzo por identificar lo que el 6 de marzo tiene de singular. Porque no sólo se trató de una manifestación multitudinaria. Aquel río humano, a medio camino entre la marcha y la procesión, no tenía como propósito inmediato despedir al líder. No fue un acto melancólico. Al contrario, fue una demostración de lealtad, de agradecimiento. Fue la reafirmación masiva de un compromiso de lucha con el hombre que la encabezó durante más de dos décadas. Aquí estamos y aquí seguimos. Precisamente porque en Venezuela experimentamos la democracia con particular intensidad, ella está lejos de significar simplemente la voluntad de la mayoría. Para limitar la capacidad de maniobra de las fuerzas que no creen en la democracia participativa y protagónica, siempre ha sido necesario triunfar contundente, categóricamente. Es lo que debe suceder nuevamente el 14 de abril, y me parece que incurrimos en un grave error si asumimos como un hecho que obtendremos más votos de los que alcanzamos el 7 de octubre pasado, cuando reelegimos al comandante Chávez. El mismo Chávez advirtió reiteradamente contra la seria amenaza del triunfalismo. El triunfalismo nos hace débiles, y con alguna frecuencia las encuestas nos distraen. Dicho esto, debo agregar que me parece que la mayoría del pueblo venezolano tiene mucha claridad sobre el desafío histórico que tiene por delante. Algún día se hará el inventario de las mentiras que dijeron o pusieron a circular las fuerzas más fanatizadas del antichavismo durante la convalecencia del comandante Chávez. Cuánto resentimiento, cuánto morbo, cuánto irrespeto a la dignidad humana. Intentando derrotar a Chávez una parte del antichavismo cedió irreversiblemente a la inhumanidad. El mismo Capriles protagonizó un episodio brutal y vergonzoso, cuando puso en duda la fecha de muerte de Chávez. De esta forma irrespetaba también al chavismo. Y hasta ahora el chavismo ha evitado caer en provocaciones. Ha canalizado sabiamente sus fuerzas. ¿Qué papel cumple en este contexto el Programa de la Patria 2013-2019?
En cuanto a las perspectivas, es claro que el comandante Chávez nos ha legado un programa, que es una carta de navegación. Un programa desarrollado al detalle en campos muy específicos, pero sobre todo un programa abierto, vivo, por desarrollar y concretar, y que junto a la Constitución Bolivariana nos indica el camino que habremos de seguir. Siempre junto al pueblo y subordinados a los intereses del pueblo, como lo expresó Chávez en su último discurso. Henrique Capriles ha llamado a su comando de campaña con el nombre “Simón Bolívar”. ¿Cuál es el significado de esta “emulación”, por parte de Capriles, del legado político del chavismo? ¿Hay cierta desesperación de Capriles en este tipo de acciones?
Es un asunto que hemos conversado mucho, entre compañeros: ¿se trata de un acto que traduce una desorientación o de una vulgar provocación? Claro que esto no sucede súbitamente. No se puede decir que fue algo “inesperado”. Este gesto guarda una clara relación de continuidad con lo que fue el manejo de símbolos durante la última campaña presidencial. Es algo resabido: el chavismo impuso una cultura política, luego el antichavismo se convenció de que para lograr establecer alguna interlocución con el chavismo tenía que tomar algunas de sus ideas-fuerza y recrearlas, resignificarlas. Claro está, con Capriles Radonski esto llegó al extremo, porque en su empeño por hacer mímesis, comenzó a imitar malamente el lenguaje popular, pero sobre todo comenzó a imitar el lenguaje corporal de Chávez, a repetir algunas de sus frases, etc. Daba cierta pena ajena. Podría decirse que todos sabíamos que, con motivo de la muerte del comandante Chávez, darían un paso adelante: la mañana del 7 de marzo, mientras hacía la larga cola en Fuerte Tiuna, escuché a mucha gente decir que ahora el antichavismo comenzaría a hablar bien de Chávez y mal de Nicolás Maduro. Dicho y hecho. Siguen creyendo que el pueblo venezolano es tonto. Pero luego dieron un paso más: intentar recuperar el nombre de Bolívar, mientras hacen un esfuerzo desesperado porque no se hable de Chávez. Prohibido hablar de Hugo Chávez. Parece un mal chiste, pero Primero Justicia solicitó públicamente que el chavismo dejara de nombrarlo. Durante la campaña pasada, Capriles Radonski tenía expresamente prohibido hacerlo. Ahora menos. Porque está más presente que nunca, la sola mención de Chávez le resulta al antichavismo no sólo insoportable, sino extremadamente peligroso. De manera que utilizar el nombre de Bolívar es una manera bastante curiosa de intentar silenciar a Chávez. Vano intento. Para la mayoría del pueblo venezolano, después de Hugo Chávez, Simón Bolívar más nunca fue el mismo. Nombrar a Bolívar es otra forma de nombrar a Chávez. En una de sus últimas apariciones públicas, Chávez pidió nuevamente avanzar en la conformación de Consejos Comunales y Comunas. Allí hasta llegó a sentenciar “Independencia o Nada. Comuna o Nada”. ¿Qué papel debe cumplir el Poder Popular en el periodo 2013-2019, en caso de que Maduro resulte electo?
Un papel de primer orden. Sin el papel protagónico del poder popular no hay revolución bolivariana. Es simple. Tendríamos una democracia mejor o peor gestionada, pero nunca una revolución. En un proceso de transformaciones revolucionarias la política precede y determina a la gestión, y no a la inversa. En cuanto al Estado, nuestra tarea no es gestionarlo mejor o peor, sino minarlo, acabar con él y construir una nueva institucionalidad. De lo contrario, será esa institucionalidad corrompida y anquilosada la que acabe con nosotros. Esa vieja institucionalidad nos pone obstáculos una y otra vez. Cuando el comandante Chávez hablaba de consejos comunales y de Comunas, cuando impulsaba su creación y multiplicación, lo hacía intentando prefigurar el nuevo Estado que habrá de surgir de las ruinas de este armatoste que es a nosotros como una camisa de fuerza. Claro está, se trata de figuras novedosas, y su proceso de conformación es muy incipiente. Es fundamental corregir errores, atacar los vicios de la vieja política; igualmente, entender que las Comunas no se construirán “desde arriba”, y que en caso de que elijamos ese camino, cualquier cosa que construyamos tendrá cimientos muy débiles. En fin, durante el nuevo período nos corresponde revisar, hacer balance de cómo avanza el proceso, corregir entuertos y seguir adelante.