No existe la crítica objetiva. Punto. No existe, es imposible que ambas palabras, crítica y objetividad, estén en la misma frase. Existe, sí, la crítica coherente, la honesta, la constructiva, la argumentada… pero siempre desde un planteamiento de subjetividad, de opinión. Puede existir, por supuesto, información objetiva, pero no la crítica. Es más, me atrevo a afirmar que la crítica debe ser subjetiva, con argumentación, por supuesto, pero subjetiva. Lo que lleva a que siempre que escribimos sobre un tebeo, lo que estamos plasmando es una opinión propia y particular, una interpretación de la creación de otro basada en nuestro bagaje personal que transforma el mensaje original del autor en función de nuestras percepciones. No es una cosa de los críticos, todo sea dicho, es la base del arte: la existencia de una relación entre el creador y el receptor de la obra, de un mensaje estético, narrativo, informativo o reflexivo.
Sin embargo, esa lectura personal lleva siempre una duda: ¿hasta dónde estamos interpretando el sentido original del autor? ¿Hasta dónde entramos en el juego del autor o aportamos como lectores una interpretación completamente nueva? ¿Realmente es necesario comprender la motivación del autor o sólo es importante la respuesta que nos provoca? Es, sin duda, la gran riqueza del arte, el hecho de que la obra tiene vida propia una vez sale de las manos del autor, creando un universo de experiencias, sensaciones y sentimientos particular, intrasferible y único para cada lector.
Pero cuando escribes sobre tebeos, esa duda es mayor y, posiblemente, más importante. Por lo menos para el que escribe, ya que desde el momento que uno pone en negro sobre blanco su experiencia lectora, está haciendo un ejercicio de exhibicionismo impúdico de esa interpretación que debía ser única, convirtiéndola en pública y estableciendo, de forma consciente o no, unos criterios de valoración, que van desde la propia síntesis que uno hace de la obra a la disección de los mecanismos narrativos y creativos. Escribimos sobre el proceso creativo desde la honestidad, por supuesto, pero caemos casi siempre en el intento de comprender lo que estaba en la mente del autor mientras realizaba la obra. Tarea imposible. Incluso inútil, según se mire. Es una experiencia tan ajena como casi misteriosa e inescrutable. Lo he hablado mil veces con autores, intentando comprender las elecciones de recursos narrativos, el planteamiento de la obra, las soluciones halladas o los problemas encontrados… para llegar a concluir que es imposible. Que la creación es tan azarosa como caprichosa y autores hay que reflexionan cada viñeta durante días, que realizan un trabajo de análisis narrativo exhaustivo, minucioso, con pruebas y más pruebas… Igual que hay otros que directamente plasman lo primero que les viene a la cabeza. Que cuando hablo con un autor de su obra y le pregunto sobre la originalidad de tal planteamiento, me mira con cara de alucinado y me pregunta “¿de verdad he hecho yo eso?”. O, al revés, que después de un buen rato me mira con cara indignado después de hablar de una página, recriminándome que no me diese cuenta de lo que costó y lo original que era esa solución narrativa.
Pero pese a todo, reconozco que es fascinante intentar entrar en ese proceso mágico de la creación. Aplicar, ingenuamente, los útiles de disección para intentar extraer la esencia de esa creación con el mismo resultado frustrante que el cirujano que buscaba el alma del ser humano. Es, quizás, una más de esa manías académica de categorizar y dar explicación racional a todo, quién sabe.