Sinatra, cien años

Por Calvodemora

Hay fotografías que registran todo el esplendor del modelo que las ocupa: captan una esencia, el magisterio de su oficio, cierta voluta invisible de rara perfección que incluso ellos mismos desconocen y que la cámara roba. Hay quienes, gozando de genio, no han sido pillados en un momento de esta vehemencia estética y quienes, no abundando en carisma ni en talento, tienen la bendita suerte de que un fotógrafo, tocado por el numen infinito, los salva del olvido y los eleva, merced a quien sabe qué inargumentables premisas, al olimpo mismo.
Esta fotografía de Frank Sinatra, en el antológico estudio de Capitol, donde grabó sus discos clásicos, cantando tal vez Love's been good to me o Angel eyes (que era una de sus favoritas) o I've got you under my skin (la mía, una de las mías) pertenece al muy escaso inventario de obras maestras en las que se matrimonian todos esos elementos infinitesimales que procuran, al final, todos ya hilvanados y en armonía, la perfección misma. Yo no me canso de verla. Además sé que detrás de la foto está la música: la que me ha hecho feliz y me ha entristecido, la que me ha zarandeado y me ha abandonado después sin atenciones, la que me ha dado más que mucha gente con la que comparto conversaciones y gestos. Eso tiene Frank Sinatra, eso da su voz. Ninguna que yo recuerde, ni siquiera la de Billie Holiday, lograba transmitir la complejidad del alma humana como la que impostaba Frank.
Ahora que cumpliría cien años, la televisión programa homenajes; cortos algunos, de cierre de telediario de las tres y, como anoche, más sentidos, de mayor fuste festivo, como el que colocó Informe Semanal en una de sus piezas. Me emocionó ver todas esas imágenes, escuchar trazos de todas esas canciones. Por la noche, mientras adecentaba el ordenador, quitando de aquí y de allá, revisando carpetas de trabajo y de ocio, abrí una en la que coloqué las diez canciones a las que más me  acerco, con las que he mantenido una intimidad más elocuente. Luego puse el disco que le hizo Bob Dylan a principios de este 2015, Shadows in the rain. Me pareció admirable que incluso en la voz rota y sufriente del viejo trovador las canciones de Frank Sinatra, que ni siquiera eran suyas, suenen a Frank Sinatra, aunque las decore con raspaduras de blues y de country, a pesar de que las enmascare, las embosque y las vista de turbiedad. Lo demás, las adhesiones a la mafia, los saltos de cama en cama, la morralla biográfica, tan abundante, no importa. Dura la voz, dura el estilo. Porque lo suyo, ya lo saben, no era cantar bien: era crear un estilo.