No resulta extraño, por tanto, que produjera estupor e incredulidad, como le pasó a la ministra de Trabajo, Magdalena Valerio, cuando tuvo conocimiento de la resolución adoptada por el ministerio del que es titular, la autorización de un supuesto sindicato de trabajadoras de la prostitución, denominado OTRAS, cuya resolución favorable salió publicada en el BOE. Una sorpresa causada por el hecho de que, aunque la prostitución no está prohibida ni regulada en España, manteniéndose en un limbo legal del que se aprovechan las mafias y los proxenetas, su actividad no se considera un trabajo legal por vulnerar los derechos y la dignidad de la mujer. Y es que la práctica de la prostitución no es consecuencia de la libertad sexual ni del voluntario disfrute del placer corporal de la mujer, sino que viene inducida por la violencia, la pobreza, la marginación social y económica y la opresión masculina, todo ello favorecido por una cultura sexista, una sociedad patriarcal y una mentalidad machista que considera a la mujer simple objeto a su entera disposición y no sujeto con derechos, como cualquier persona, independientemente de su sexo.
La prostitución es, en realidad, un fenómeno social que afecta a las mujeres pero está causado por los hombres, que son quienes generan y fomentan la explotación sexual con fines comerciales y lucrativos. Pocas mujeres se prestarían voluntariamente y sin necesidad a la práctica sexual como negocio, salvo excepciones explicadas por una ambición desmesurada (prostitutas de lujo, pornografía, etc.) o trastornos psíquicos o psiquiátricos. Distinto es el impulso insaciable al deseo sexual, sin ánimo de lucro, al que se entregan ninfómanas y sátiros en sus aventuras con multitud de parejas, aunque se las califique a ellas de putas. Con ayuda y elección para poder evitarla, ninguna mujer proclive por su situación a la prostitución caería presa de un “negocio” que las esclaviza.
Entre el prohibicionismo y el abolicionismo, existe espacio para una regulación legal de la prostitución que tenga en cuenta, primordialmente, a la mujer y el respeto de sus derechos y dignidad. Antes de pensar que ser puta pueda ser una profesión de libre y voluntaria elección por parte de cualquier mujer e incluir ese trabajo en el registro fiscal de actividades económicas, se deberían erradicar las condiciones de desigualdad y carencias que la hacen posible y las mafias y proxenetas que explotan, no como empresarios sino como negreros, el comercio carnal con la mujer, incluso sin su voluntad ni consentimiento. Y, desde luego, antes también que reconocer un inverosímil sindicato de rameras que ejercen una supuesta “profesión”, en régimen de esclavitud la mayoría de ellas. ¿Qué intereses defenderá ese simulacro de sindicato? ¿Seguir esclavizándolas?