El profesorado tiene que admitir que cada uno puede dejar su huella personal dentro del aula y con eso contribuir al bien común del grupo; nutrirse unos de otros. Pero si durante las horas lectivas sólo nos dedicamos a escuchar y responder a las preguntas del profesor, nunca se podrá explotar el potencial del alumno individualmente.
En un mundo tan competitivo y tan diferente a lo que vivimos en las paredes del aula, las instituciones deben tomar conciencia de que hay que incorporar nuevas estrategias y planes educativos renovados; personalizar la educación.
¿Y cómo? En primer lugar formando a los docentes para identificar la singularidad de cada alumno. En segundo lugar querer hacerlo y -muy importante- dominar la materia que imparte con el fin de resolver satisfactoriamente cualquier duda que le planteen sus alumnos. Deben percibir las necesidades de cada uno y cómo analizan y canalizan la información que les transmite.
En el siglo XXI es muy importante -por no decir primordial- que ningún alumno se sienta fuera de contexto o que no encaje con el método de enseñanza tradicional. Y es doblemente triste que a personas con alto potencial se las tenga arrinconadas, ninguneadas y desmotivadas en vez de intentar explotar todo su talento solo porque no hay profesionales cualificados para ello.
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