Sinopsis de una catarsis, post Ironman 70.3 Cartagena 2019

Publicado el 11 diciembre 2019 por Carlosgu82

Luego de algunos días post carrera y una semana larga de pensadera logro asimilar lo hecho, empiezo a entender el porqué de algunas cosas, no de la carrera, de la vida misma.

Una competencia como el Ironman 70.3, resultó ser para mí una completa retrospección. Todo empezó año y medio atrás, cuando surgió la pregunta ¿Es posible hacer eso? y las respuestas automáticas afirmaban el poder realizarlo y más evocando los tiempos de atleta de rendimiento y medallas nacionales representando a Bogotá en pruebas de pista. Entonces se da la largada, empezaban los entrenamientos no sin antes contagiar y traerme conmigo un par de soñadores más, creando identidad y hermandad, mucha hermandad, toda la hermandad.

Suponía que los entrenamientos iban a ser exigentes, pero superaron mis expectativas, este cuento del Triatlón sabe ganarse el respeto, en pocos días llegaron los dolores de rodilla, espalda, pies, hombro, cabeza, alma, esperanza y deseos, una posible lesión me recordaba la batalla silenciosa del deporte, cada deportista lleva consigo sus secretos, sus “dolorcitos”, solo compartidos de manera íntima al doctor o fisioterapeuta, cual confesión de pecados. Por ende, el sanador religiosamente exige penitencias y traza todo un viacrucis de dolor y sufrimiento, para finalmente alcanzar la pureza, sano y salvo. Lección: Nada es fácil y cada quien trae su procesión dentro.

Así las cosas, el 2019 suponía un año muy interesante, particularmente gratifícate, pues se suman a la fiesta incentivos laborales, reconocimiento profesional y belleza familiar. La corriente del rio laboral fluía, una nueva posición demandaba nuevos y más altos encargos con caudales de decisiones, correos, informes, reuniones y todo lo demás también. En paralelo y con mucha ilusión, el 8 de junio a las 4:45 de tarde en la Clínica la Colina aflora María Victoria Duarte Zapata, hermana menor de Sara Valentina Duarte Zapata. Se complementa la carrera, este perfil también suponía experiencia de 6 años, pero la paternidad no es una receta, es una carrera de aventura. Son momentos de galardones compartidos, donde es deber comportarse a la altura, trasnochar, optimizar el día, ayudar, pedir ayuda, tolerar y cambiar pues era necesario. No tenía la opción de flaquear en el barco, el timón debía sujetarse firme, amar a mis hijas y a mi compañera de vida, respaldar y buscar los objetivos con el equipo de trabajo, navegar hacia el horizonte, a la familia y al equipo no los podía defraudar, al entrenamiento tampoco. Hoy la mirada atrás me dice: Un camino bien acompañado será exitoso, ¡gracias totales!.

Entonces, entre altos, planos y bajos, agudos, medios y graves finalmente llegaba el 1 de Diciembre, no es la fecha del juicio final, ni un estribillo de cierre, más bien lo interpreto como un interludio, en voz tiple si se quiere. Pues si alguna conclusión se debe sacar, es que todo esto fue solo el Intro, muy particular por cierto, que a continuación les relato.

Empecé con excelentes sensaciones para los 1900 de natación, de los cuales nadé 2000 (según la medición del reloj), me gustó la entretenida búsqueda y sorteada de boyas, en realidad distraen, cautiva su prudente ubicación, ni muy cerca ni muy lejos entre ellas. Felizmente salí del agua como un rockstart, entre sonrisas, saludos y fotos. Salí a buscar a la negra Cleopatra Selene II, ella se había preparado desde la noche anterior, maquillaje, zapatos nuevos, vestido reluciente, cadenilla fina y los aretes de oro. Emprendimos juntos el camino hacia la distancia, nos esperaban 90 kms de conexión, una voz de prudencia me hablaba en ese momento, una cantaleta al mejor estilo de la vieja usanza no paraba de recomendar calma, escuchaba “conservador para correr más rápido en el atletismo”, a pesar (y hoy lo veo como un aprendizaje) que me sentía bien y sabía que podía ir más rápido preferí mantener la cadencia y promedio de velocidad con juicio. Una vez completado el retorno en el punto medio del recorrido, noté que iba casi 5 min por encima del tiempo estimado, me quité los audífonos de la retahíla de la calma y apreté el paso. Los análisis de tiempo sobre distancia continuaban, pero también logré una evaluación de la bicicleta, conversaciones en medio de la prueba como “debo cambiar el sillín, me incomoda en la pierna izquierda”, “es necesario un plato de más de 50 dientes”, “las barras aerodinámicas serán útiles a la próxima”, “estas zapatillas ya me tallan también y no me gustan, están viejitas”, “¿cómo será pedalear con aros de perfil alto?”. Finalmente la ciudad amurallada, 2 horas 34 minutos y promedio de 34 km/h, “a vaina!  Me gané la vaciada de Arsenio Chaparro”, era hora de dejar a la dama y salir a correr, el tramo que tanto había esperado, el cual visualicé tantas veces con la almohada, el de mostrar.

Kilómetro 2 de los 21,0975, “¿Si voy por donde es?, veo muchos conos por todo lado y letreros que me confunden”. Kilómetro 7, la pierna que me molestó en el ciclismo, la misma que sentí desgarrase en Bogotá hace 15 años durante un Campeonato Nacional Juvenil corriendo los 400 mts planos. Si, esa misma que me impidió buscar la clasificación a un evento internacional universitario teniendo todas las posibilidades y preparación. Ese karma aparece de vez en cuando y es un golpe duro al estado de ánimo. No tenía opción, disminuir el calambre con hielo y pedir sales para reponer los electrolitos rápidamente, enfriar también la cabeza y poco a poco buscar de nuevo el pace de carrera, la mano amiga y la energía de un camarada en el camino me repone la cabeza. Kilómetro 13, empiezo a sentir solvencia y pasos seguros, no se ha perdido nada, mucho por correr aún, escucho a lo lejos a mi padre dando alientos, gasolina extra inyectada directo al corazón. Kilómetro 17, cercano a la hora 20 de atletismo y las 4 horas 30 del total, subo la muralla por segunda vez, faltan cerca de 5 kms, tomo aire, pienso positivo y me preparo para rematar fuerte. En ese momento doy el giro en U sobre la muralla, linda ella, imponente e histórica, pero desafortunada para este guerrero, piso un ladrillo suelto sobre la curva y se dobla el tobillo derecho… dolor, sentí que acababa mi competencia, inclino mi tronco y pienso en muchas cosas, desazón y mucho miedo. Una mano en la espalda de alguien que no logro reconocer me dice: “Vamos, vamos, hay que seguir, suave dale suave”, con cabeza baja doy pasos inseguros, siento un pequeño dolor y molestia al pisar, pero me permite trotar, en ese momento quise quitarme el reloj y no mirar más el tiempo, nada de pace ni cadencia ni longitud de zancada, solo pensé: “debo terminar, mis hijas, mi compañera de vida, mi familia están en la meta, me están esperando”. Los siguientes pasos se fueron entre el dolor del tobillo, la angustia y el enojo. Km 20, “lo logré”, me lleno de la magnífica energía del público y siento acercarse la alfombra roja con cada paso que daba. No recuerdo muy bien esos últimos metros, solo repaso una suerte de levitación donde escucho la voz de mi madre entusiasmada, feliz y orgullosa “¡Vamos hijo, vamos toñito, eso, eso!” y esas palabras, esas palabras pagan la boleta. Cruzo la meta y llegan más sonrisas, abrazos y felicitaciones, mi familia completa en un mismo lugar y unida. Me dirán sentimental, pero imposible contener las lágrimas, pocas y modestas como el trago fuerte.

El lema dice Anything is Posible, pues lo realmente imposible es seguir siendo el mismo después de esta experiencia. Volveré, sin intenciones de revancha, más bien con el objetivo de correr sobre el terreno ya experimentado y poner en práctica los aprendizajes. El 2020 me espera con más triatlón.