Ayer una buena amiga me explicó cómo empezó a sospechar que estaba embarazada.
Corría el mes de agosto y su marido y ella decidieron irse de vacaciones con su hijo de 2 años y el perro. Probablemente se equiparon con un petate gigantesco para que tanto al retoño como a la mascota no les faltara de nada una vez en la playa.
Llegaron a un precioso camping con bungalows en primera línea de mar. Los síntomas de embarazo no se hicieron esperar.
Síntoma 1
Les enseñaron su bungalow y no estaba frente al mar. Mi amiga rompió a llorar.
Síntoma 2
El lloro dio a paso a la indignación al sentirse discriminada por ser relegada a los bungalows para familias con perro.
Síntoma 3
Su agudizado sentido del olfato la enfureció al notar cierto tufillo de orina en el baño. Ni que decir tiene que dicho olor, era imperceptible para el resto. En este punto:
—Cariño, si esto dura mucho será mejor que volvamos a casa— dijo su marido no exento de tacto, prudencia y, para qué negarlo, puro acojone.
Síntoma 4
Se le nubló la vista y se dirigió a recepción hecha un basilisco a quejarse de todo.
Al volver de recepción, no sólo se le había pasado el enfado si no que mi amiga, de naturaleza serena y comprensiva, había vuelto a su ser. No entendía el por qué de su desmesurada reacción.
Día tras día, los episodios con drama se sucedieron hasta que decidió comprar el Predictor, que fue clarito con su mensaje: estás embarazada, corazón.
Si es que para tiranas, las hormonas.
Gracias Rosa por tu relato y por darme esta maravillosa inspiración para el post de hoy.