El llamado sistema parece tener muy poca capacidad para hacerse cargo de las críticas que pudieran hacérsele, por ello lo primero que hace para curarse en salud es tachar de antisistema toda tentativa en ese sentido. Todo lo que suene a cuestionar lo que es tan fácilmente cuestionable del sistema es estigmatizado con la ayuda de los medios de comunicación.
Una de las claves para que el sistema se mantenga es rechazar lo que le sea contrario, como un mecanismo de defensa, y para ello, el sistema es un artilugio que produce muchas cosas y entre ellas hay una premisa que sustenta a todas las demás: La sumisión.
Con todos los avances de la tecnología de la información, es bastante desalentador comprobar que el pueblo llano no tiene muy claro aún cuál es la verdadera naturaleza del “sistema”, cuál es su alto grado de suspicacia, y su nula capacidad para asumir que solo mediante la crítica las cosas son mejorables. El sistema es como un organismo vivo cuyas defensas actúan para destruir lo que se considera como algo ajeno al propio sistema. El estado de cosas imperante no pretende otra cosa que perpetuarse a si mismo repudiando toda tentativa de introducir cambios en el programa previamente trazado. Como una religión, todo aquello que se sale del dogma es arrojado al infierno, todo lo que no es coherente con él mismo es pecado y quienes lo cometen son señalados acusatoriamente con el dedo.
El sistema no ve a los que difieren de su manera de hacer las cosas como críticos sino como enemigos que hay que destruir. La disidencia, la crítica ha venido a ser equiparada con el invasor, con el usurpador, con el extranjero que viene a robar a sus hijos el sustento, y esto más que una aberración es una monstruosidad a la que se adhieren las élites del poder para utilizar todo su arsenal y combatir a los que no están de acuerdo con su estilo. Así pues, con estos argumentos y procedimientos de rechazo tan contundentes, ese sistema es por definición incorregible, no susceptible de modificación aun cuando en él existan tantos aspectos negativos.
La incompetencia, la perversidad moral y la capacidad destructiva son las características de este sistema que en esencia no acepta niguna crítica, aunque nos desgastemos en las redes sociales y en las calles con pancartas mostrando su verdadera cara. Por eso la crítica va encaminada sobre todo a hacer despertar al pueblo quien es el único que puede cambiar las cosas cuando decida romper esa premisa esencial del sistema: La sumisión.
En los suburbios del mundo, los jefes de Estado venden los saldos y retazos de sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio vil, el botín de sus asaltos.