Sitges 2014 (segunda parte)

Publicado el 15 octubre 2014 por Heitor

Habíamos dejado a nuestros protagonistas haciendo acopio de valor para afrontar las últimas tres películas del día, tras las cuatro anteriores. Sabían que esto sólo era un entrenamiento para la verdadera prueba de fuego: las nueve películas que habían, insensatos de ellos, programado para el día siguiente. Pero no les importaba. La moral estaba alta y el sueño se encontraba bien atado con cadenas de cafeína y taurina.

Así que, con rostro adusto y apretando los puños, encomendándose a Cinecito, Carlos, el insigne jefe de motores y Heitor, el niño ochentero que no quería crecer, se adentraron de nuevo en la negrura de la sala.

CREEP

El director de la peli se pasó por la ciudad para presentarla y para dar un mensaje de ánimo a todas aquellas personas con almas creadoras. A falta de dinero y medios, Patrick Brice sólo necesitó una buena idea a partir de la que crear un guión, una cámara digital y embaucar a un compañero de correrías. Y aquel realizador larguirucho y simpático de Kentucky tenía razón. Una idea feliz y dos tipos comprometidos dieron lugar a una de las películas más inquietantes, locas y repletas de humor negro de nuestro trozo de festival.

Un chaval responde a un anuncio que demanda un curro de cámara sin especificar. El tipo, acuciado por una economía escueta, se presenta en una alejada casa de campo y se encuentra a un tipo peculiar, bromista y bastante ciclotímico. Desde el primer momento sabe que hay algo que no anda del todo bien y aún así, se queda. Tú y yo sabemos que no ha tomado la decisión correcta. Y nos alegramos por ello.

La cámara está casi toda la película en manos del primer personaje, así que asistimos a un tour de force del actor Mark Duplass, una de esas caras que no sabes si te suenan por anodinas o por aparecer de secundario en algún sitio.

Viendo su ficha de IMDB es probable que se deba a la segunda opción.

El caso es que, como decía, Duplass carga sobre sus hombros el peso de la peli y el tío se sale. Compone un extraño personaje que pone muy nervioso, a veces payaso, otras tierno y siempre con un poso malsano detrás de una mirada algo desquiciada, en una película que cabalga con soltura entre varios géneros.

“Creep” supuso uno de esos afortunados descubrimientos que jamás hubiéramos encontrado fuera del festival. Una aguja en medio de un pajar de fotogramas universal, con grandes momentos.

THE BABADOOK

Los elementos clásicos del cine de terror, cuando están bien ensamblados y bien interpretados, suelen generar dignas películas que, a falta de originalidad, atrapan siguiendo unos parámetros testados a lo largo de la historia del cine. “The Babadook” es justo esto. Una casa antigua, un objeto maldito, un monstruo salido de pesadillas nocturnas de la más tierna infancia y la indefensión de una viuda y su hijo. Mimbres que no van a revolucionar el cine de género pero que, en manos de Jennifer Kent (que sepamos no es pariente de Clark), actriz que firma su primer largo, dan lugar a 95 minutos muy entretenidos.

Una madre frágil que no ha conseguido superar la muerte de su marido, tiene que cuidar de un niño hiperactivo, gritón y hostiable con el curioso hobbie de manufacturar armas caseras. La madre tiene la sana costumbre de leerle al niño libros antes de dormirse y hasta aquí todo fantástico, si no fuese porque aparece en su casa un extraño cuento de un monstruo del armario con chistera llamado Babadook, que quiere asustarlos muchísimo diciendo Babadook dook dook.

Los dos empiezan a alucinar en colores cuando el libro empieza a convertirse en realidad, llevando a la madre al borde de la locura al no poder encontrar horas de sueño.

Lo que más me llamó la atención fue esa conseguida atmósfera de locura y el enorme trabajo de Eesie Davis, que inunda al respetable de nerviosismo, al trazar con precisión ese tortuoso camino desde la dulzura hacia la psicosis, ambiente reforzado por la presencia de un chaval incansablemente pesado.

CUB

Unos monitores belgas llevan a su tropa de mocosos a acampar bajo las estrellas, con tan mala suerte que lo hacen en una zona en la que vive un extraño chaval salvaje con una máscara de madera y un tipo cabreado con la afición de rebanar gaznates.

Entre historias de terror y juegos de campamento, mientras uno de los monitores intenta ligarse a la cocinera y el resto de la tropa enreda, el sempiterno chaval rarito, que lleva la mochila cargada con traumas familiares, se pone a explorar en solitario conociendo y estableciendo una curiosa relación con el salvaje de la careta, iniciando así un juego malsano en el que nadie saldrá muy bien parado.

La película que remataba la primera jornada se me quedó ahí, en terreno de nadie. No había nada realmente malo en ella, pero tampoco contaba con elementos que provocaran nada más que algún arqueo de ceja. La variación del slasher clásico, con el elemento infantil, no daba para llegar a emocionar, sobre todo por culpa de un inicio de función demasiado dilatado. La sangre y la historia tardan en llegar demasiado y el espectador lo acaba pagando.

Al final, cuando se cuentan los porqués (algunos) y el desenlace se arroja por la pendiente, endiablado ya, hemos pasado demasiado tiempo asistiendo a las guerras internas de un puñado de personajes que no han conseguido empatizar demasiado, con lo que, aunque se barrunta la pátina psicológica del tinglado, ya es demasiado tarde para que nos empiece a interesar; aunque nunca la hubiésemos llegado a odiar, ni mucho menos.

——————–

Y para esto dio el primer día de festival. Cansados, como cruzados retornando de la primera batalla en tierra santa, el jefe de motores y el niño ochentero volvieron al apartamento para aprovechar al máximo el sueño del guerrero. Al día siguiente les esperaba un enfrentamiento más cruento aún y necesitarían todas sus fuerzas (y algún Red Bull) para salir victoriosos del entuerto.