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Hubo que esperar de nuevo a Kiyoshi Kurosawa y su Creepy, la otra perla del fantástico que presentó en esta edición de Sitges, para rememorar otra época de plenitud creativa del cine japonés: las producciones directas a vídeo conocidas como V-Cinema, corriente de la que él mismo participó y con las que el presente trabajo guarda no pocas concomitancias. Con Teruyuki Kagawa en otra interpretación perturbadora a las órdenes de Kurosawa después de la miniserie Penance, la película desafía a las mentes perezosas alternando registros de comedia negra, de drama familiar y de thriller sin ninguna preocupación por equilibrarlos de cara al espectador. Desde el violento prólogo una inquietante atmósfera se va estañando en férreos encuadres que, intuimos, van definiendo un espacio mental, hasta llegar a un punto en que otro director hubiera elaborado un clímax perfecto para una densa intriga psicológica. Sin embargo, Kurosawa ahuyenta a los estetas abriendo las puertas a lo grotesco, al apunte ligero y al requiebro irracional, acaso acordándose de ese público que veinte años atrás hubiera usado el fast forward para ahorrarse una obra maestra que no necesitaba un domingo por la tarde. Porque no estamos rodeados de monstruos fascinantes como Hannibal Lecter o Frank Underwood, viene a decir, sino de seres frágiles amenazados por el colapso de las estructuras familiares y laborales que soportan el peso de nuestra placidez. Toda vez que uno es parte integrante de estas estructuras, pues, sobran las racionalizaciones y demás subterfugios que distraigan de la visión desnuda del horror en que nos hemos convertido para otros.
Ese espejo que no refleja la luz, sino nuestras sombras, se llama cine fantástico. Aquello, pese a quien pese, Kiyoshi Kurosawa hizo más y mejor que nadie en Sitges 2016.
FIN
Álvaro Peña