Hay otras vidas pero están en ésta. Vidas tranquilas, apacibles, soleadas. Lo pudo descubrir en una escapada rural a Lucena del Cid. Más que una escapada fue un viaje en el tiempo aún no sabe bien si a un pasado reciente a un futuro distópico en plan Mad Max en la que un grupo de humanos decide empeñarse en resistir. Lejos, en autarquía. Suena a leyenda urbana que, a veces, los periodistas hartos del estrés, las presiones y vivir pegados a dos móviles, cambian de vida. No lo es. Ella ha conocido tres casos. Personas que, aparentemente, lo tenían todo: un buen empleo, relevancia social y prestigio profesional. También dinero. Algo subsidiario, sí, pero que en periodismo, no lo olviden, no deja de ser un sueño húmedo.
La arcadia
Unos honorarios, pues, de los que tenían tiempo de disfrutar tan ocupados como estaban trabajando en algo que no les hacía felices. Y de, repente, un buen día despiertan y dicen hasta aquí. Y los tres casos que conoce se retiran a un enclave alejado, rural y con animales. Se diría que se vuelven recelosos de género humano, cansados de tanta agresión, y se van tan lejos como pueden.
Primero probaron poco a poco, despistando al mono loco: coleccionando experiencias, con viajes a lugares exóticos, con viajes interiores… No funcionó. Hasta que encontraron su propia Arcadia, ésa que pregonaba Homero en la que un grupo de hombres convivía en armonía con sus bestias. Un lugar donde el tiempo se detiene y donde el pensamiento utilitarista del para qué ya no vale. Donde una se siente estúpida por preguntar por qué replantar una ramita en un erial y le responden mirándole a los ojos: “Para crear vida”. Donde todo esfuerzo compensa, de un modo indescriptiblemente básico. Donde todo es trabajoso, luminoso, primigenio. Y, fundamentalmente, no hay cobertura.