Tronaba la voz de Pou entre las ruinas del Teatro romano de Mérida como si Sócrates viviera en un tiempo, el presente, aún más desdichado que el que le tocó vivir. Tronaba sobre la democracia invitándonos a pensar si en realidad participamos de ella o seguimos eligiendo a nuestros gobernadores por sorteo. Tronaba frente a los que le juzgaban y asistíamos al juicio como testigos de una infamia a la que de buen grado contribuiríamos para que radicales como él no nos hagan avergonzar de nuestra cómoda y útil ignorancia. Su mayeútica, desplegada en el ágora emeritense, nos alcanzaba hasta hacernos plantear la cuestión moral del conocimiento y la virtud de nuestras instituciones. Y asistimos a su suicidio como supremo acto de coherencia de un hombre digno y cabal, que acató una sentencia a pesar de su evidente injusticia. Abandonamos las piedras del foro romano sin poder dejar de comparar las injusticias que continúan cometiéndose en nombre de la democracia para satisfacer al mercado y los poderes establecidos, sin que exista entre nosotros un Sócrates que señale tantos atropellos y descubra la osadía soberbia de los ignorantes que creen saberlo todo porque disponen de la vida y hacienda de los demás. Aquí sobraría cicuta, como sobran caraduras, mediocres y golfos.
Tronaba la voz de Pou entre las ruinas del Teatro romano de Mérida como si Sócrates viviera en un tiempo, el presente, aún más desdichado que el que le tocó vivir. Tronaba sobre la democracia invitándonos a pensar si en realidad participamos de ella o seguimos eligiendo a nuestros gobernadores por sorteo. Tronaba frente a los que le juzgaban y asistíamos al juicio como testigos de una infamia a la que de buen grado contribuiríamos para que radicales como él no nos hagan avergonzar de nuestra cómoda y útil ignorancia. Su mayeútica, desplegada en el ágora emeritense, nos alcanzaba hasta hacernos plantear la cuestión moral del conocimiento y la virtud de nuestras instituciones. Y asistimos a su suicidio como supremo acto de coherencia de un hombre digno y cabal, que acató una sentencia a pesar de su evidente injusticia. Abandonamos las piedras del foro romano sin poder dejar de comparar las injusticias que continúan cometiéndose en nombre de la democracia para satisfacer al mercado y los poderes establecidos, sin que exista entre nosotros un Sócrates que señale tantos atropellos y descubra la osadía soberbia de los ignorantes que creen saberlo todo porque disponen de la vida y hacienda de los demás. Aquí sobraría cicuta, como sobran caraduras, mediocres y golfos.