(Escrito en el verano del 2012)
El mar rompe sobre las rocas y mis pies se mecen con las olas. La brisa alivia el calor mientras el agua me salpica con suavidad. Os escribo desde aquí, desde el paraíso, tras huir de las llamas del infierno, vuestro infierno. Os escribo a vosotras, las musas muertas, los súcubos que tomasteis mi alma en sueños, las nínfulas que me arrancasteis del camino recto. Os escribo desde las puertas del infierno, procurando no mirar atrás por temor a anclarme en los recuerdos, convirtiéndome en piedra al ver arder Sodoma y Gomorra. Algún día todas vosotras arderéis pero yo no esperare para verlo. Aunque golpeen con fuerza en mis tímpanos vuestros gritos, seguiré el camino hacia el Edén huyendo de las sombras del abismo.
Algunas de vosotras venís a mi memoria bañadas con la luz de un halo de hermosura, ocultando en vuestras espaldas las garras con las que un día abristeis mi abdomen para así devorar mis vísceras sin robarme la vida. Vuestras sonrisas no son más que mentiras. A todas os recuerdo, desde la primera hasta la última, como entes avariciosos que trataban de robarme la existencia apoderándoos mi pene. La vida no es sexo, queridas, aunque el sexo si sea vida. No pudisteis con este hombre. No soy una presa de fácil captura y todas acabasteis maltrechas por tratar de domar a esta bestia de engañosa fuerza con la que os topasteis en la bruma. A estas alturas habréis dado ya con un trofeo de menor calibre, dócil y tranquilo. Ahora ya podéis saciaros a gusto.
Desde el paraíso os escribo, bellas arpías, para recordaros que parto hacia mis sueños mientras vosotras seguís aún persiguiendo el olor de la carne podrida y la rapiña.