Leía días atrás un post de Verillo que relataba las peripecias en un día en el que todo le salió al revés.
Al día siguiente, en casa, se rompió un plato de cristal sin aparente motivo y al encender la luz del baño la bombilla explotó por arte de birlibirloque.
En seguida relacioné ambos temas que cito y me encontré recapacitando, elucubrando y filosofando sobre las casualidades, el azar, lo normal y lo extraordinario.
En un primer momento, ante la casualidad doméstica, pensé que los astros se habían conjurado para mandarme una señal que sin duda no supe descifrar. Pero luego, ya más sosegado, me liberé de tales prejuicios metafísicos y recapacité al respecto.
Y es que cuando se nos caga una paloma (o palomo) en la testa nos cagamos en todo y renegamos de nuestra mala ventura, pero, ¿a que no damos las gracias por la buena suerte cada vez que hemos pasado por el mismo sitio y no hemos sufrido ninguna defecación aviaria?
Y el día que pisamos la cagada de perro (o perra) en plena calle antes de ir a una importante reunión lo primero que hacemos en maldecir a canes, amos y demás especies urbanas (y encima si has comprado lotería y te ha "vuelto a no tocar") antes de recapacitar al respecto y bendecir las veces que en tales circunstancias no ha ocurrido nada anormal
Sería interesante llevar un estudio estadístico al respecto para saber en qué momento la desdicha sobrepasa el umbral de lo normal para ser definido ya de mal agüero, la cagada del pajarraco (o pajarraca), la pisada de excremento, la bombilla que peta, el autobús que llega tarde…
¿Cuántas veces hemos encendido la luz del baño sin que suceda nada anormal en un día que no se ha roto sin motivo aparente ningún plato? Sin duda la buena suerte, o mejor dicho, la normalidad gana estadísticamente a lo extraordinario.
Así que creo que no nos podemos quejar en cuanto a mal fario cotidiano en temas tales como cagadas de palomas (o palomos), excrementos caninos, incidentes domésticos, aun cuando estos sucesos se concentren en cortos periodos de tiempo.
Claro que habrán excepciones que sin duda sean merecedoras de frases recurrentes tales como “qué mala suerte”, “si lo cuento no me creen”, “¿por qué a mí?”...
Así que en tales casos en vez de renegar demos las gracias porque la normalidad aún presida nuestras vivencias en aspectos tales como los que he relatado.
Esto es lo que pienso ahora, lo cual no significa que cuando me pasen incidentes de este tipo opine lo contrario, en el fondo es casi una cuestión de fe.
He dicho. Sí, muchas tonterías, pero he dicho.
¡¡Ah!!, y si no nos ha tocado la lotería nos nos quejemos, es lo más normal, y siempre podemos acudir al socorrido ( y por muchos años) "mientras haya salud..."