Hay una idea humanista que no termino de compartir, esa que otorga un mayor estatus moral a la cultura y a la razón que a lo instintivo, a lo «natural». Según esa idea un tanto escapista, de herencia judeocristiana y no siempre manifestada claramente, la función principal del intelecto consistiría en salvarnos de nuestro lado más animal y cortoplacista, donde «más animal» generalmente significa peor. En ese sentido, la naturaleza sería mala y tonta, o indiferente, y la educación buena e inteligente, o trascendente. Esta última nos eleva, mientras que la otra nos encarcela. Lo uno está dado, determinado; lo otro está en nuestras manos, es libre. Un roussoniano dirá más bien lo contrario, con su correspondiente grado de error, pero la visión del hobbesiano goza de más prestigio: la civilización, aun con sus errores más o menos perdonables, es salvación. La barbarie es eso que hemos ido dejando atrás gracias a la escritura, a la reflexión. Debemos, pues, seguir avanzando.
Pero entonces, ¿qué fueron las crisis seculares del XIV y del XVII, o más recientemente el Dust Bowl, Auschwitz, Hiroshima, Bhopal, Chernóbil, el 11-S, el Cambio Global...? Desde luego es fácil cargarle el muerto a las fuerzas irracionales y primitivas que anidan en nuestra biología, fuerzas que la razón y siglos de erudición todavía no han logrado controlar, pero algo falla en esa explicación. ¿Acaso no fueron Hegel, Nietzsche, Heidegger e incluso mi querido Darwin, herederos todos ellos del Siglo de las Luces y unos de los seres más lúcidos y venerados de nuestra cultura, quienes con sus variadas ideas promovieron directa o indirectamente las guerras en general y el nazismo en particular, si bien cada uno a su manera y con responsabilidades intelectuales matizables ad infinitum?
El hitlerismo se presenta no como una anacronía sino como expresión de la civilización moderna. La civilización es un esfuerzo titánico del ser humano por alejarse de la animalidad y construirse desde sí mismo. Al concepto de civilización va unido el alejamiento de la naturaleza y también la represión de lo arcaico o natural.Reyes Mate, 2013La piedra desechada
Muchos se han roto la cabeza tratando de saber cómo pudo ser precisamente el pueblo más culto y alfabetizado de Europa el que creara algo como el nazismo. La respuesta es sencilla: es precisamente la alfabetización de las masas alemanas, y son precisamente las circunstancias en las que se produce esta alfabetización, las que explican su surgimiento. (...) Debemos acostumbrarnos a dejar de ver en la lista de los ancestros históricos de Hitler únicamente a “reaccionarios” específicamente alemanes (de los cuales hay unos pocos), sino un cúmulo de teorías y prácticas “modernas” que fueron tanto más potentes cuanto más se centró nuestra conciencia en los factores productivos que son la ciencia y la técnica. (¿Acaso no fue la brutal “modernidad” del hitlerismo lo que lo distinguía claramente de otros fascismos vecinos?). (...) Tampoco debe preocuparnos si hay que ubicar la programática de Hitler a la “izquierda”, o más bien a la “derecha”, en sus sentidos tradicionales. Naturalmente, Hitler era enemigo de todo lo que puede compendiarse bajo el año 1789 –y con ello está a la derecha de todo lo democrático que pudiera encontrarse en el panorama político-. Pero su Weltanschauung y sus propuestas para la redención (o aniquilación) de los impíos, tal y como él los ve, se nutren de un afán de transformación y derrocamiento que supera con mucho a todos los enemigos de lo establecido.Carl Amery, 1998Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?
Si, como defiendo pormenorizada aunque prematuramente en otro sitio, a mayor civilización, mayor barbarie -lo cual no quita que otras barbaries o corrupciones "sin fecha" como diría Cioran ya existieran desde el principio de los tiempos, ni tampoco que la civilización haya parido algunos bienes antes inexistentes, ni que haya encontrado algunas soluciones a sus propios males-, ¿en qué lugar deja eso nuestra inagotable sed de Conocimiento, nuestra fe en la Educación y la Cultura? ¿Acaso no fue la escritura lo que permitió que los alemanes asimilaran más fácilmente las leyes nazis, demostrando una vez más aquella máxima lévistraussiana de que “la función primaria de la escritura (...) es facilitar la esclavitud de otros seres humanos", o la técnica ferroviaria la que posibilitó no solo guerras, aprovisionamientos y colonialismos más veloces sino también el traslado masivo de judíos y otros presos a los campos de exterminio, o la burocracia moderna la que contribuyó a la apatía moral de los funcionarios como Eichmann, o las crisis propietaristas y capitalistas como el Crash del 29 las que potenciaron el auge de las ideologías totalitarias? Se dirá que, en última instancia, somos nosotros los que mandamos sobre nuestras creaciones. Un arma puede usarse para atacar o para defender, lo mismo que un libro, y a pequeña escala es cierto, pero a la larga... no tanto.
En el fondo, es decir, a gran escala, la Libertad es una ilusión. La humanidad no es libre y las sociedades tampoco. La Cultura, las instituciones y las estructuras sociales no nos pertenecen, del mismo modo que no nos pertenece la evolución, aunque podamos influir deliberadamente en ella de vez en cuando. Que el capitalismo se haya apoderado de nuestras comunidades o de las de nuestros antepasados no se debe a una «falta de cultura» o de «voluntad política», que también, sino precisamente a un exceso de ella, si entendemos cultura no en el sentido de buena cultura o sabiduría -anhelo irrenunciable por utópico y «civilizado» que sea- sino como el conjunto de ideas, redes, costumbres e instituciones complejas que coevolucionan en paralelo a la evolución biológica y a pesar de nuestros deseos individuales. ¿Por qué si no ha tenido tanto éxito el capitalismo? No porque sea el sistema de producción que mejor se adapta a la naturaleza humana, y de ahí su triunfo, como sostiene Javier Pérez. En realidad es aún peor que eso. Si tal fuera el caso, siempre cabría la posibilidad de domarlo a base de educación, como sueña Richard Dawkins ("sólo nosotros en la Tierra podemos rebelarnos contra la tiranía de los replicadores egoístas"). Pero lo cierto es que, de todos los sistemas que existen, el capitalista es el que mejor se adapta al medio, como si de un superorganismo se tratara -si bien solo a corto plazo; a la larga son las economías de subsistencia las que sobreviven, para tranquilidad de muchos-.
Suelta en un planeta un sistema productivista y otro de subsistencia y el primero acabará engullendo al segundo tanto física como culturalmente debido a su mayor crecimiento demográfico (y ya se sabe que cuanta más presencia tiene una determinada población, más populares son sus memes y más se hacen las cosas a su manera). El capitalismo es un golem genocida y suicida, más parecido a un cáncer o a un virus que a un organismo, pero mientras tanto vive a lo grande y conquista por doquier. Probablemente no seremos nosotros, a través de una soñada revolución de la conciencia, quienes lo enterremos. Acabará consigo mismo cuando las bases materiales e ideológicas de su existencia decrezcan y desaparezcan. Mientras exista una sociedad capitalista sobre la Tierra, esta tenderá a propagarse y a transformar al resto de sociedades no capitalistas hasta que el decrecimiento energético le impida seguir creando nuevos puestos de trabajo, y su declive le obligue, cuando menos, a simplificar notablemente sus estructuras. Hasta entonces se servirá de nosotros como pañuelos desechables. Al menos ese ha sido su comportamiento en el pasado, y por el momento no he encontrado razones ni lógicas ni empíricas para suponer que podamos cambiarlo de manera significativa.
No es que los humanos seamos capitalistas natos, sino que más bien es el capitalismo el que es humanista nato. Es decir, él nos necesita mucho más de lo que nosotros le necesitamos a él. Un jefe despidiendo a trabajadores es algo malo, mil jefes haciendo lo mismo es una pauta. Una persona matando a otra es un asesinato, mil personas haciendo lo mismo es una guerra. Para explicar lo primero está la ética, para lo segundo la sociología. ¿Qué quiero decir con esto? Que el que las personas funcionen bajo el capitalismo con aparente normalidad no se debe a una supuesta naturaleza humana pecaminosa, o no solamente, sino a las condiciones externas a las que se ven sometidas desde la infancia. De la misma manera que nuestros huesos y nuestros órganos son nuestra estructura, nuestros cuerpos y nuestras mentes son la estructura del capitalismo. Lo que hacemos con nuestra vida y con nuestro dinero es cosa nuestra, o eso decimos para parecer algo más libres, pero lo que hace el conjunto es cosa del capitalismo.