Entender el espacio público implica, como se ha establecido anteriormente, visualizar el espectro del que forma parte, el de las relaciones sociales donde se intercambia información y se toman decisiones sobre lo público. Es por esta razón que algunos investigadores han colocado en la mira nuevas formas de establecer relaciones y, por tanto, nuevas dimensiones de espacio público. En esta línea se encuentra Manuel Castells quien amplía la definición y nos ayuda a establecernos en un espacio más simbólico que formal.
Park, Banksy en Los Ángeles
El nuevo espacio público se articula en la intersección entre lo físico y lo virtual. Vivimos en un mundo de la virtualidad real, no la realidad virtual. La virtualidad es una parte esencial de nuestras vidas. No podemos pensar en nuestra vida fuera de la red. La comunicación es el centro de la vida. El más importante es que la red es realmente esencial. (CASTELLS: 2013).
Para Castells, las nuevas formas de comunicación dadas a través de internet hacen que el espacio público coquetee entre lo físico y lo virtual y se alimente de ambos espectros. Así las protestas públicas que comienzan en un espacio público virtual tienen su respuesta en un espacio público físico o al revés. Pero no es Castells el primero que pone sobre la mesa el elemento de la virtualidad en las relaciones humanas respecto a la información, McLuhan ya expresaba en su aldea global estas formas en las que las culturas tenían conocimiento de las otras gracias a las redes de información (1989) sin embargo, para este autor el flujo de información transformaría las relaciones sociales locales a niveles globales.
La idea de McLuhan, del global village, de la aldea global, de que toda la cultura se engloba en un sistema de comunicación que supera las especificidades locales, las particularidades, las identidades, etc. Es casi una idea de gobierno mundial en que todo desaparece, todos somos hermanos y hermanas y, a partir de ahora, las culturas se funden en esa especie de universo indiferenciado. (Castells: 1998).
La relación del flujo de información con el espacio público es intrínseca, sin embargo, mientras que la apertura de conocimiento a través de lo virtual (internet) ha sido un avance positivo también se encuentra el lado apuesto. En este sentido, Mark Poster realiza una actualización contemporánea del panóptico foucaultiano, donde el punto de mira para quien vigila deja de ser espacial y se transforma en una suerte de información; una base de datos.
Nuestros cuerpos están conectados con las redes, las bases de datos, las autopistas informáticas, por esta razón [los cuerpos] ya no sirven como un refugio donde uno no pueda ser observado ni un bastión en torno del cual se pueda erigir una línea de resistencia. (Poster, 1995: 284).
Para Zygmunt Bauman la analogía del panóptico de Foucault con el de Porter le resulta superficial, pues asegura que mientras en el primero los vigilados son sometidos y se les impone una conducta “rutinaria y monótona”, los segundos, en cambio, tienen el “privilegio” de estar dentro y que sean elegidos como potenciales consumidores (Bauman, 2001: 69). Este proceso de selección provoca que la vida pública en estas redes de información sea limitada y sectorial, por lo que el factor de la heterogeneidad y el conflicto, que se mencionó líneas arriba, al no estar presente no provoca ningún intercambio y por tanto, no existe un proceso público/político en el sitio. Lipovetsky, en su ensayo sobre la posmodernindad, ahonda en este fenómeno en que el mercado logró penetrar en los espacios públicos virtuales haciendo uso de la información de los usuarios, convirtiéndolos, nuevamente, en consumidores.
Parece ser, según la visión posmoderna francesa, que toda tendencia pública de un espacio, ya sea física o virtual, tiende a transformarse en un espacio de consumo. De esta forma la publicidad de un sitio se dirige del concepto habermasiano de la palabra al mercadológico.
Momento público
Pensar entonces si el espacio / sitio es lo que define su publicidad entra en una nueva controversia. En este tema un colectivo que produce investigación sobre temas urbanos en la ciudad de México (Proyector), ha puesto sobre la mesa el concepto de “momento público” (González Loyde y Palacios Lagarde: 2014). Para estos autores hay un error dado respecto a categorizar sin cuestión alguna que el espacio define lo público, sin embargo, en un proceso más temporal, los espacios no pueden ser impositivos bajo su nomenclatura, sino que son definidos por los usuarios; así, los espacios abiertos no son públicos per se, sino los momentos o eventos que transforman el uso de un espacio y lo definen y clasifican en un momento histórico dado.
Si encontráramos un lugar – y quizá lo haya- donde la libertad se ejerce efectivamente, descubriríamos que no es gracias a la naturaleza de los objetos sino, lo repito una vez más, gracias a la práctica de la libertad (Foucault, 2013: 147)
El ejercicio de la libertad, como el del poder, no está promovido únicamente por el espacio sino por el uso que hace de estos. De esta forma la esfera pública de Habermas no está expresada en terrenos sino en momentos en los que se intensifican las relaciones sociales resultado de aconteceres políticos. Entonces los espacios (virtuales y físicos) se vuelven la pantalla de proyección de lo público.
El momento público está en relación con otro concepto sobre lo inacabado en la ciudad, es decir, en un punto donde todo está en constante cambio, la ciudad en su esfera pública tiene la capacidad de producir elementos nuevos cada momento y generar soluciones a través de los conflictos dados en esos cambios.
La ciudad como espacio flexible, relacionado con la plasticidad que, dentro de la neurología, define la transformación de estructuras cognoscitivas a través de la adquisición de información y la práctica de nuevos conocimientos, es un espacio textual, en el cual las anotaciones y comentarios, notas a pie y elementos borrados o subrayados por sus lectores/editores, igualmente fragmentarios, siempre inacabado nos habla de la vida inmersa en la complejidad, aquella existencia en la cual el conflicto representa la posibilidad del habitar político, las mutaciones conforman expresiones de vitalidad y el constante estado de crisis es motivador de la emergencia. (González Loyde y Palacios Lagarde: 2014)
Hablamos entonces de un proceso dialéctico entre la sociedad y el espacio, en donde la multiplicidad de usos, la heterogeneidad de los individuos que confluyen en ella para ser partícipes de procesos de negociación y participación hacen que un espacio sea público. Esto también nos ayuda a diferenciar la idea de una especie de falsos momentos públicos en donde lo que reúne a la sociedad entorno a algo de carácter espectacular y que no tiene como fin promover la vida pública en sí.
Bibliografía
Castells, Manuel (2013), “Manuel Castells: ‘El cambio está en la mente de las personas’”, entrevista en Ssociólogos, http://ow.ly/x7qUo.
McLuhan, Marshall y Powers, B.R. (1989), La aldea global, Barcelona, Gedisa editorial.
González, Rosalba y Palacios, José María y, “El valor de lo inacabado en la ciudad” en revista electrónica Proyector, http://bit.ly/1jHxZDV
Foucault, Michel (2013), El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida, Siglo XXI editores, México.
Bauman, Zygmunt (2001), La globalización. Consecuencias humanas, Fondo de Cultural Económica, México.