Sobre el sexismo (II)

Publicado el 30 diciembre 2014 por Hugo
El metarrelato que presenta la historia humana como una guerra de sexos marcada por la opresión del hombre sobre la mujer, y que hace de la masculinidad el origen de la explotación y dominación de la que la mujer es la principal víctima, demuestra ser enteramente falsa. Más bien nos encontramos con que el Estado y el capitalismo son los que oprimen a hombres y mujeres. Por tanto, la lucha es de clases y no de géneros.
Emboscado, 2014. 
Aprovecho la recomendación de Blai para hacer algunos comentarios personales al texto de hoy. Según su autor, al que felicito desde ya por su gran blog, "la historia de la humanidad demuestra" que "el poder es patrimonio tanto de hombres como de mujeres, al igual que la violencia que se utiliza para ejercerlo". De manera que el discurso de género que impera en la actualidad estaría sirviendo "tanto para victimizar a la mujer como para atribuirle una superioridad moral en relación al hombre". 
Ahora bien, ¿hasta qué punto es "enteramente falso" dicho metarrelato? ¿Es cierto que no ha habido ni hay en ningún grado una lucha de géneros a la vez que una lucha de clases? ¿Son las estructuras sociales como el Estado y el Capital las únicas o las principales causantes de que exista el fenómeno de la opresión entre sexos y personas? ¿Es el sexo un agente neutral en la historia? ¿Es cierto que la mujer promedio no es moralmente superior al hombre en nada y viceversa, siquiera como predisposición natural muchas veces modificada por las condiciones culturales del momento? ¿Puede el alegato contra la victimización de la mujer, bueno en sí mismo, servir a la desresponsabilización excesiva y pérdida de autocrítica en los hombres -si el hombre es tan culpable o inocente como la mujer, entonces una preocupación menos para el hombre- y a la subestimación de la influencia que tienen los altos niveles de testosterona relativa y otros atributos masculinos bajo determinadas circunstancias? Para tratar de responder a estas preguntas y a muchas otras propongo que evitemos caer en la tentación de buscar causas únicas o principales a los problemas que nos acucian. El estudio de la historia política y de la teoría política es importante, pero por sí solo es insuficiente para estudiar al ser humano en toda su complejidad. La historia de la tecnología, la antropología, la biología y la neurociencia también pueden aportar su granito de arena.
Mi conclusión provisional, que se basa parcialmente en los posts que acabo de enlazar, es que el hombre no está determinado ni biológica ni ambientalmente a ser violento y dominante -los casos de hombres pacíficos abundan, así como en menor medida los casos de culturas enteras-, pero en igualdad de condiciones materiales (políticas, económicas, poblacionales, culturales, religiosas, tecnológicas e incluso etílicas), desgraciadamente el hombre parece tener una mayor predisposición biológica y/o ambiental a perpetuar la opresión. Al menos eso es lo que he deducido de mis lecturas. Por ejemplo, se ha observado que la dominación en general y "el estatus relativo de las mujeres" en particular varía en función de "factores como la estrategia de subsistencia, la importancia de la guerra y la prevalencia de una dicotomía doméstico-público". También se sabe que “los sistemas matrilineales-matrifocales” que viven fundamentalmente de la horticultura o de la agricultura, más respetuosos con la igualdad de género que otros sistemas familiares -como es el caso de la etnia bijagó-, “tienden a ocurrir en sociedades donde la presión demográfica sobre recursos estratégicos es mínima y la guerra poco frecuente”.
Si fuera toda la verdad que "el poder es patrimonio tanto de hombres como de mujeres", entonces cabría esperar que encontrásemos, aunque solo fuera por azar, algunos ejemplos de Estados y ejércitos dirigidos y formados mayoritariamente por mujeres -misándricas o no- donde los hombres soldados fueran violados de vez en cuando no por otros soldados -como ha ocurrido siempre- sino por sus compañeras de armas, como de hecho ocurre en la actualidad pero, obviamente, a la inversa. Dado que no se conoce ningún caso en ningún momento de los últimos cinco mil años -que es lo que lleva aproximadamente el Estado como organización política- más allá de la integración en el Ejército de mujeres que proceden normalmente de familias de tradición militar, de cargos importantes que también ocupan en el gobierno o en empresas privadas de origen patriarcal y de reinados femeninos igualmente patriarcales cuyo mandato fue heredado en muchas ocasiones de sus respectivos padres -al no tener estos descendencia masculina, no tenerla en edad para gobernar o simplemente por interesadas alianzas matrimoniales-, lo cierto es que, aun no siendo la mujer ninguna santa en comparación con el hombre medio y aun habiéndose registrado innumerables casos de atrocidades cometidas por mujeres que alarmarían a cualquiera, el poder y la violencia parecen ser más patrimonio de él que de ella. Quizá no sea mucha la diferencia, y seguramente el género tampoco sea el factor más importante, pero en cualquier caso no es algo que podamos ignorar o subrrepresentar en un análisis potencialmente radical y transversal.
Un hecho significativo que conviene explicar e integrar en un nuevo y mejorado metarrelato es que la estratificación de género y la dominación de la naturaleza -humanos incluido- parecen empezar precisamente con el sedentarismo y la horticultura, es decir, antes de que se formaran los primeros Estados y mercados tal como los conocemos, una tendencia que más adelante se consolidará con la generalización de la agricultura, si bien no de manera universal. Como decía Goethe, "el que no sepa dar cuenta de al menos tres mil años está condenado a la miopía del día a día", y tal vez se quedara corto.