Sobre el tiempo

Publicado el 07 diciembre 2019 por Carlosgu82

Casi todos los filósofos han reflexionado sobre el tiempo. Platón lo llamó imagen móvil de la eternidad. San Agustín supuso que nació con la creación y que solo existe, como la verdad, para una conciencia que lo perciba, pues el pasado es un recuerdo presente, y el futuro, una expectativa presente. Kant dedicó su estética trascendental al problema del espacio y el tiempo. Dijo que estos no son realidades, sino formas de intuición. El espacio es la forma de intuición de los fenómenos externos y el tiempo, de los internos. Siempre he creído que un hombre que niega la realidad del espacio no debería hablar de fenómenos internos y externos, que es una división espacial. Dejando de lado, por el momento, a Kant, ha habido intentos por fundirlos. Para Einstein lo que hay es espacio-tiempo y, según Hawking, en el punto que estalló para formar el universo el tiempo era una forma del espacio.

Bergson, en cambio, hizo notar las enormes diferencias entre espacio y tiempo. Por ejemplo, nunca percibimos el tiempo directamente, para imaginarlo, lo espacializamos. Cuando rememoramos algo, nos imaginamos en un espacio anterior, por ejemplo, la casa de nuestra niñez. Para medir el tiempo, comparamos espacios, verbigracia, la distancia que recorren las manecillas de un reloj mientras un corredor recorre 200 metros planos. Schopenhauer argumentó que no conoceríamos la noción de simultaneidad sin el espacio. Tenemos que ver dos hechos espaciales que sucedan a la vez. A ese tiempo huidizo por sí mismo, imperceptible sin el espacio, Bergson lo llamó duración.

Otra diferencia evidente entre espacio y tiempo es que al primero lo podemos recorrer en todas direcciones, mientras que el segundo solo tiene una: la línea del incremento del desorden, según Hawking. Y no la recorremos nosotros, sino que ella nos recorre (el tiempo es un fuego que me consume, pero yo soy ese fuego, dijo acertadamente Borges). La afirmación kantiana de que el espacio es la forma de los fenómenos externos y el tiempo, de los internos, tiene una arista muy valiosa. El espacio es externo y, en cierto sentido, no se involucra tanto con nosotros como el tiempo. Este es la medida de nuestro desgaste físico, pero también la del aumento de nuestra subjetividad.  Esta, cosa rara, va en el camino inverso a la entropía, avanza en el incremento del orden. Lo normal es que una persona de treinta años tenga una mente mucho más ordenada que esa misma persona cuando tenía quince. El sueño de rejuvenecer parece imposible desde esa perspectiva, porque significaría revertir el incremento de desorden, el desgaste de mi cuerpo, sin revertir el aumento del orden de mi subjetividad. O sea, mantener mis experiencias, conocimientos y sentimientos actuales, mientras mi cuerpo se rejuvenece. Eso sería posible solo en un dualismo como el cartesiano o el platónico, en que mi alma se despega de mi cuerpo actual para viajar al cuerpo que tuve cuando niño o adolescente. Pero para quienes consideramos que subjetividad y objetividad, materia y espíritu son dos caras de una misma moneda, eso es imposible porque una cara no puede mantenerse en un tiempo mientras la otra viaja hacia otro.

Otra idea muy común, popularizada en la película Volver al futuro e incluso en la novela La máquina del tiempo de H.G. Wells, es la de que podemos viajar en el tiempo como quien viaja en el espacio, es decir, sin afectación alguna, conservando tanto el cuerpo como las ideas actuales.  Eso me parece una ilusión nacida de la carencia de reflexiones serias. Para viajar 30 años atrás y ser el mismo que partió de 1985, se necesitaría viajar en el espacio también, al lejanísimo lugar que ocupaba la Tierra hace 30 años, y que los cuerpos y las conciencias de los viajeros se mantuvieran con su desgaste y subjetividad de 1985 mientras que el universo entero retrocede a 1955. El viajero de H.G. Wells transita hacia miles de años en el futuro. No solo debe llegar al punto del espacio que ocupará la Tierra dentro de miles de años, desafiando los límites impuestos por la velocidad de la luz, sino saltarse todas las etapas del desgaste de su cuerpo en esos años y el aumento de su subjetividad, en un salto cuántico imposible según las leyes de la física conocidas hasta hoy.