Es decir, siempre, a esta hora (cualquiera que sea, observa tu reloj), sé lo que estaría haciendo de no estar aquí haciendo lo que sea que esté haciendo.
Me pasa todos los días cuando trabajo; me pasa a veces cuando juego con mi hijo, me pasa cuando hago muchas cosas como ir al supermercado o hacer filas en el banco para hacer trámites en el gobierno.
Y ahora que tengo la oportunidad de escribir a gusto, a mis anchas, he preferido ver la tele, o ver qué hay en las redes sociales. Cosas ambas que siempre me distraen, pero al mismo tiempo me hacen pensar en lo que quiero hacer... Es curioso pero es cierto.
Cuando tengo esa sensación de que bien podría estar aprovechando el tiempo haciendo otra cosa, logro un cierto nivel de pensamiento, de ideas que de otra manera simplemente no llega. Lo mismo me pasa cuando escucho a las personas que me dicen cosas que no me interesan en los más mínimo y de inmediato en mi cabeza aparecen ideas, historias, planes que me ayudan a sobrellevar esos segundos o minutos de inanición frente a desconocidos. El problema para mí es que esas ideas, buenas o malas, difícilmente regresan a mi. Son como hojuelas de oro que se lleva el viento. Absurdo, pero cierto.
Así, por ejemplo, siempre estoy pensando: "Ahora podría estar escribiendo y estaría mejor que ahora", pero luego resulta que ya tengo el tiempo, el espacio, la oportunidad para escribir y termino desperdiciando todo: tiempo y espacio. Típico.