Fue una revelación el sábado la Feria del Libro de Madrid. Pululando, junto a mi amigo A., alrededor de sus coloristas casetas -coloristas por su contenido, no por su continente, y más coloristas aún por cuanto el cielo de Madrid amaneció nublado-, tuve la suerte de descubrir a pujantes escritores que están intentando, con tesón y humilde honestidad, hacerse un hueco en este mundo tan difícil de la literatura. Paz Padilla, Carmen Bazán y Mario Vaquerizo son tres claros ejemplos de oficio literario bien entendido, cuyas obras, ya clásicos instantáneos -me atrevo a vaticinar-, suponen una visión muy meditada y decididamente rupturista con respecto a la novela metaliteraria que tanto han cultivado los escritores de la generación de la década pasada, y cuyo mejor exponente es, como sabemos, Vila-Matas. De esos tres flamantes y prometedores autores yo tan solo he tenido el gusto de leer, hasta el momento, la obra de Carmen Bazán, la extraordinaria Una nueva vida es posible -título que parece sacado de la mente de Paulo Coelho-, y les aseguro que no leía algo tan introspectivo y audaz desde el Faulkner de Mientras agonizo. En fin, ojalá no le ocurra como a Carmen Laforet -que después de su novela Nada no publicó nada- y Bazán nos obsequie con muchos más auténticos uppercuts como éste.
Otro de los pesos pesados del sábado en la feria y cuya caseta quedaba pared con pared con la de Muñoz Molina -al que por cierto, pasé de largo, ya saben que la literatura basura no me interesa-, era Mercedes Milá. Su gran número de admiradores -mucho de los cuales eran jóvenes de no más de dieciocho años, por aquello de que Milá se estudia ya, merecidamente, en los libros de texto de bachillerato-, daban la vuelta al quiosquillo-cafetería. No es de extrañar. Su nervuda y rítmica prosa tiene un sello propio y está dotada de una profundidad imaginativa que recuerda a la mejor Flannery O'Connor o, si acaso, a la gran Carson McCullers de La balada del café triste. En su nuevo libro, el inolvidable Lo que me sale del bolo, Milá se vuelve a superar y nos lleva a lugares de nuestro yo que ni Montaigne hubiese sospechado que se pudiesen explorar, ni Henry James expresar. Desde luego, esta autora va camino de convertirse en la nueva Ana María Matute y, tiempo al tiempo, en la mejor escritora española de la primera mitad del siglo XXI. El tiempo lo dirá. Veremos. Y confiemos.
Además de estos autores revelación, también pude ver por allí a Luis Alberto de Cuenca, Andrés Trapiello, Javier Cercas, Juan José Millás, Julio Llamazares, Edmundo Pérez Soldán, Fernando Aramburu... Éstos, a juzgar por la menguada hilera de parroquianos que se congregaban en las proximidades de la caseta donde los habían colocado, debían de ser de una talla intelectual más discreta que los primeros, los cuales acaparaban tumultuosas humanidades. Al autor de la magistral La vida iba en serio no pude verlo, pues al ser éste un ser -como Voltaire- tan menudo físicamente, el río de admiradores que esperaban la anhelada firma tapaba por completo su figura.
Cuando estaba saliendo del Retiro, lentamente caía la lluvia sobre toda la feria y los feriantes.