Sobre Fernando Denis

Por Hellman

Denis. Foto asaltada de su facebook...
Realmente le tengo especial afecto a Fernando Denis. Siempre le he visto como un hombre pequeño con corazón de gigante. Para hablar contigo, le es necesario tener siempre una taza de té. Nada más. Aun considero La geometría del agua como el libro de poesía que cualquiera de nosotros hubiese querido escribir. Allí está el resumen de Denis. Está su vida, su decantamiento, su alegría, su estremecimiento diario. Cuando te dice que No solamente has sido música para encontrarte, te llega, te cala en el cuerpo. Un poeta puro, como pocos. Maneja la palabra esencial como la respiración. Es tan natural su manera de poetizar que asusta. Jorge Pinzón Salas nos habla en la revista El malpensante quién es Fernando Denis en la poesía colombiana. Les dejo un aparte del artículo. Un abrazo Fernando, asiduo lector de Tierraliteraria:

Si en tres días no encuentra a dónde mudarse, el dueño del apartamento que comparte con un tinterillo y un estudiante de derecho no tendrá inconveniente en cumplir su amenaza de echarlo a la calle, a la cochina calle, adonde tantas otras veces, en sus horas más difíciles, ha ido a dar con sus escasas pertenencias.

Pese a estar harto de tener que despertarse cada vez que el casero tiene la desfachatez de llamarlo a las ocho, siete y hasta seis de la mañana para cobrarle el arriendo, preferiría no repetir el episodio, mil veces padecido, de verse obligado a buscar guarida y desalojar con premura. El taxi nos lleva a una casa en Chapinero Alto en la que, según los clasificados de esta mañana de principios de agosto, se arrienda habitación con baño privado. El poeta, con el acento costeño que todavía conserva, el entrecejo arrugado y la mirada de cachorro desamparado, dice casi bramando:
–¡Estoy desesperado! ¡Ya me quiero ir de allá... ese man me tiene mamado! Además, ¡el centro es una olla!
Dobla en cuatro partes desiguales la página de los avisos clasificados del periódico y se la mete en un bolsillo. Antes de empinarse para tocar el timbre, se acomoda el nudo de la corbata, una suerte de amuleto de seda azul descolorida con diminutas pepas amarillas y marquilla de París que le regaló una amiga, y que hoy quiso atarse a su pescuezo enjuto para atraer la buena fortuna en la búsqueda de vivienda.
–Éste es un nudo inglés, como el que se hacía mi querido William Turner –me explica.
Un chaquetón de paño gris dos tallas más grande, una camisa blanca de algodón grueso con el cuello ligeramente roído, un holgado pantalón negro de dacrón a rayas blancas y unos zapatos negros sin lustrar que se le desamarran cada cinco minutos completan su indumentaria. El otrora descachalandrado figurante de la bohemia céntrica bogotana tiene por estos días el semblante y la facha de un tipo de fiar.
–¿Usted es el que dice que es escritor? –le pregunta la mujer que nos abre la puerta.
–¡El mismo! Mucho gusto, José Luis González, pero me puede decir Fernando. La gente me conoce más como Fernando Denis, ¡la voz de la poesía! –le contesta, socarronamente solemne, largando una risotada.
Construida en los años sesenta al final de la calle más empinada de un pequeño barrio de clase media alta, la casa, grande y acogedora, parece haber vivido mejores tiempos. Tiene tres pisos que despiden un olor añoso y un halo de misterio en su atmósfera seca.
Lo que más le gusta al poeta de la habitación que le muestra la mujer es que tiene vista a las montañas y está ubicada en un vecindario apacible, “lejos del bajo mundo”, murmura. Lo que menos le agrada es la suma que deberá pagar.
–¿Cuatrocientas mil barras? No me alcanza –piensa en voz alta.
Pero que el canon de arrendamiento no se ajuste a su presupuesto no es motivo para partir con prisa, ni para rechazar una taza de té, ni mucho menos para resistirse a tomar asiento en una sala llena de libros y recitar (exhibiendo su soberbia memoria poética y cerrando los ojos durante largas estrofas) un par de poemas a petición de esta matrona robusta, con asomo de bigote, que debe estar llegando a los setenta, y cuya mirada de desconfianza hacia nosotros pierde intensidad a medida que Denis la hace sonreír.
El primer poema es largo, se llama “El amenazado” y es de Jorge Luis Borges. Rodeada de fotografías de su ex esposo y de sus dos hijas, y de reproducciones de Obregón, Picasso y Miró, la señora lo increpa:
–Pero recítenos una poesía suya.
Denis afina la voz para recitar un poemade su autoría que le arranca un tímido aplauso a la anfitriona. Se titula “Un poeta sioux” y termina así:
Cuando haya borrado con mis manos de lija
el hollín de las hogueras
y haya limado los dientes de plata de mis dardos
visitaré a la india,
mataré los leones y los cuervos de sus ojos azules
antes de quedarme impávido en ese aroma,
en esa música
adorable que la arropa en su tienda.
De los seis cuartos que hemos visto entre ayer y hoy, hay uno en el segundo piso de una casa en La Soledad al que le entusiasma mudarse, no solo porque le conviene el precio del alquiler (que incluye acceso a internet y uso de la cocina, a la cual entrará varias veces al día exclusivamente a calentar agua para el té, su bebida predilecta desde que dejó el trago, según él por “hastío”, y el café por la gastritis que le atribuye a su pasado etílico), sino porque además tiene el encanto simbólico de estar situado frente a un parquecito con nombre de escritor: Rafael Pombo.