En una interesante columna, Pablo Ortúzar plantea que en cuanto a laviolación de Derechos Humanos durante la Dictadura en Chile, elpaso que no nos hemos atrevido a dar seriamente es el de preguntarnos losiguiente: si no debe ser, ¿cómo es que pudo ser?.
Cualquier sociedad queha vivido hechos brutales, fratricidas y de alto costo humano, debierapreguntarse ¿Cómo llegamos a que unos uotros, se vuelvan tan brutales?
Al menos así lo han intentadohacer en Alemania, desde la caída del régimen nazi y su estela de crimen, dondetodavía muchos, como lo hizo Hannah Arendt se preguntan ¿Cómo llegamos a eso? ¿Cómoesa sociedad, cuna de grandes pensadores, llegó a ese nivel de barbarie?
¿Cómo pudo ser? Esadebería ser la primera pregunta que las generaciones más jóvenes, e incluso lasmás viejas, deberían hacerse en Chile. ¿Cómo pudo ser?
¿Nos hemos preguntadoen Chile, cómo pudo ser? Claramente no.
La mayoría ni siquierase hace esa pregunta, porque ya tienen su línea dramática construida, con losbuenos y los malos ya preestablecidos; o cuando se la hacen, la evadenrecurriendo a la respuesta más simplona y burda (habitual por ser la querequiere menos esfuerzo ético) de personificar el mal en algún sujeto o sector,y con ello dividir el mundo en buenos y malos, en víctimas y verdugos, enpatriotas y terroristas.
Y listo, así larespuesta estándar de unos u otros es: los malos son ustedes, nosotros somos losbuenos. Del por qué llegamos a tal brutalidad, no hay ninguna respuesta.
Hay algo más profundoque se requiere enfrentar al momento de decir ¿Cómo se llegó a ese nivel debanalidad humana? ¿Cómo pudieron ser posibles tales actos brutales de unoscontra otros en una sociedad?
En esa pregunta sintiempo verbal específico, se busca indagar cómo una sociedad, en sudescomposición (paulatina), llega al punto de trivializar la existencia humanade manera colectiva e individual. ¿Cómo una sociedad llega a banalizar actos quea todas luces, son criminales y contrarios al más mínimo sentido de humanidad?
Y la pregunta no sedebería limitar a responder cómo una democracia considerada modelo en relacióna sus vecinos, termina en un nivel de polarización y violencia política tanalta; sino cómo una sociedad –que es algo que va más allá del Estado, elgobierno y las clases políticas y politizadas- termina por descomponerse de talforma en cuanto a sus relaciones e interacciones, como para generar y validarconductas coercitivas, y validarlas como legítimas de manera colectiva.
Y entonces, no bastacon sólo analizar los datos históricos, las acciones y las palabras de unos uotros de manera cronológica como se ha hecho en gran parte, con el fútilobjetivo de establecer culpabilidades, determinando quién empezó primero. No essuficiente.
Porque intentarestablecer quién hizo la primera amenaza o dio la primera bofetada, es finalmentela misma lógica de los buenos y malos. Pero no responde ¿Cómo pudo ser posibletal violencia?
Para entender cómo losseres humanos en una sociedad, llegan a ese nivel de inhumanidad, se requierepreguntarnos más. Ser valientes, aunque eso implique poner en duda nuestrosparadigmas y actos. Porque tal como dice Fernando Mires “el mal es banal cuandoes cometido por seres banales, y sobre todo, banalizados”.
Lo anterior es clave,puesto que la existencia de seres banales y banalizados implica una revuelta dela sociedad misma contra el ser humano en su sentido pleno. Es decir, contra elvalor de cada individuo como un fin en sí.
¿En qué puntodesvalorizamos al individuo, la persona, como fin único?
Cuando se desconoce ose desvaloriza al individuo, y se considera a unos u otros como simples medios,o como estorbos molestos para un fin superior, la banalidad del mal está a unpaso de concretarse de manera material. Eso, sin importar quien finalmente seimponga por la fuerza, porque la sociedad ya ha banalizado al ser humano.
Y eso pasó en Chile.En ambos bandos –aún cuando hablar de bandos es otra forma de banalizar- el serhumano, como individuo fue banalizado y con ello fue banalizado el mal, y con ésteel crimen. Todos tenían explicaciones, justificaciones y argumentos para explicartal banalización y tal criminalidad.
Hay una frase deAlbert Camus en su ensayo el Hombre Rebelde, que es muy decidora cuando dice encuanto a los crímenes del siglo XX: “Nuestroscriminales no son ya esos muchachos inocentes a los cuales uno perdonaba ytenía que amar. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: esla filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinosen jueces.»
La frase anterior parecellevarnos irremediablemente a la pugna universal y jamás resuelta entre mediosy fines. A preguntarnos sobre la idea del bien que cada uno tiene o tuvo. Porquequiéranlo o no, se consideraban buenos, entiéndase bien, en tanto todos, apelabana la idea del bien –y siguen apelando a la idea del bien- de manera abstracta.
Pero el detalle esotro, todos tenían su noción del bien, pero además, consideraban legítimoimponerla sobre otros, por la fuerza. Y hoy parece no ser distinto.
Unos hablaban del biende la patria, o del pueblo, de Chile, y un largo, etc. Y esto, no es más queuna forma de no pensar, es decir, de ser banal y de banalizar. De banalizar elmal en base a una idea del bien.
En un espacio donde elmal es banalizado por muchos -incluso por aquellos que presumen desear el bieno tener un fin noble o elevado-, las mentes psicópatas tienen una peligrosachance de legitimidad para sus acciones criminales.
¿Cómo se produjo en Chile, la banalización del ser humano, sudesmoralización, en sentido genérico?
Creo que unaaproximación a esa compleja respuesta, radica en tratar de explicar lapaulatina y subrepticia supresión del pensar como acto político en los espaciossociales. Es decir, de lo que Fernando Mires llama las ruinas del pensamientopolítico, entendiendo al pensamiento como un elemento ligado de manerainseparable a lo político, como lo entendían los griegos. Es decir, como el instrumentopara actuar en el ágora. Para resolver de manera dialogada y pacífica lasdiferencias entre los ciudadanos.
Así, la violencia y lacoerción, como lo he dicho en otras ocasiones, no es una extensión de la Política como muchosvociferan, sino que es su supresión brutal, criminal. Así lo demostró nuestrahistoria reciente.
En palabras simples,deberíamos tratar de explicarnos cómo es que llegamos a un punto en que elpensamiento –que es la base del diálogo- fracaso ante la fuerza.
Preguntarnos cómollegamos a un punto donde los individuos –de un lado u otro- parecían haberperdido todo juicio y razón, es decir, su capacidad de pensar y con ellodistinguir el bien del mal. Es decir, un punto en que sin importar ningunaclase de distinción o consideración, todos se habían vuelto superfluos. Porquebanalizar a otros seres humanos es perder la noción del bien y el mal, eimplica ser superfluo y banal también.
Preguntarnos ¿Cómo pudo ser? no implica de ningunamanera excusar a los culpables morales o legales de hecho brutales, que puedenser claramente singularizados, sino responder en cuanto a las responsabilidadescomo sociedad. Y esto no implica decir: “todos somos culpables”, que como diríaHannah Arendt, serviría para exculpar a quienes sí son culpables, pues “donde todos son culpables nadie lo es”.
Establecer laresponsabilidad como sociedad, implica asumir una responsabilidad política conel pasado reciente, pero sobre todo con el futuro y el presente.
Dejo abierta lainvitación a reflexionar.