Siempre he pensado que la autocrítica es algo importantísimo. En lo personal y en lo profesional. Es algo que nos hace mantener los pies en el suelo, que nos da una perspectiva crítica y lo más objetiva posible de las cosas. En las últimas semanas han ocurrido muchas cosas en este país; jóvenes (de cuerpo y de espíritu) que se manifestaban y ocupaban plazas en pro de una democracia más participativa, políticos que nos vendían sus bondades con sonrisas profidén desde vallas publicitarias, redes sociales que se convertían en puntos de encuentro y de libre intercambios de opiniones y medios de comunicación que hacían el ridículo más espantoso y que quedaban (una vez más) en evidencia. Y en todo esto he echado algo en falta: la autocrítica.
No he visto autocrítica en la clase política, más preocupada por pasar la papa caliente al contrario o por poner de su parte a un sector de la sociedad que se ha revelado contra ellos que de examinar los errores cometidos e intentar enmendar el problema. No he visto autocrítica en los medios de comunicación tradicionales, vendidos a una determinada ideología (cuando no directamente al mejor postor) y regodeándose en su desconocimiento de lo que está pasando en España.
Si veo autocrítica, sin embargo, en las diferentes acampadas repartidas por España y sobre todo en las redes sociales. Existen voces críticas con las propuestas, con las formas, con lo que se decide en las asambleas… y eso es bueno. Muy bueno. Porque fomenta el diálogo, la participación y el intercambio de pareceres; todas esas cosas que políticos y medios hace tiempo que perdieron.
Por una #democraciarealya.