De la crónica de Antonio Lorca en El País:
“Joselillo se jugó los muslos y a punto estuvo de que los astifinos pitones del tercero se los llevara prendidos. Comenzó el torero la faena de muleta de rodillas en el centro del ruedo, y el toro se vino como una fiera en línea recta, de modo que el diestro sintió el calor del roce en las taleguillas. Y el alborotado público pamplonica dejó de cantar y beber y prestó atención a lo que sucedía en el ruedo. Es lo que suele ocurrir cuando un héroe se hace presente, decide poner su vida sobre el tapete y busca el triunfo con la disposición y la valentía que lo hizo Joselillo.
No fue la suya una faena lucida por la corta embestida de su oponente, pero sí preñada de emoción porque el torero vino a esta feria dispuesto a salir por la puerta grande. Y eso, amigo, se nota, se transmite y se siente en las gradas. Por eso, los mozos callaron, dejaron las copas a un lado y se aprestaron a admirar a un torero valiente. Se tiró a matar de verdad y le concedieron una de esas orejas que no es el fruto a una labor templada y artista, pero sí a una actitud meritísima.
Llegó Joselillo al sexto con la idea firme de salir a hombros, pero se encontró con un impedimento infranqueable: un marrajo, manso, deslucido, que no tenía un pase. Arriesgó por ambas manos y se empeñó en torear, pero un toro peligroso, correoso y muy deslucido le impidió que cumpliera su sueño. Al final, mató mal, se eternizó con el descabello y su labor quedó un poco desvaída. Pero no sería justo el olvido para quien vino a la feria a demostrar la materia de la que están fabricados los héroes.
Y todo eso ocurrió en el transcurso de una corrida de Dolores Aguirre dura, deslucida, mansa, descastada, brusca, sosa y muy desclasada. Además, hizo viento, mucho viento, amenazó la tormenta, y la ilusión de la primera corrida quedó hecha añicos.”