Sobre la guerra de sexos atizada por el Feminismo

Publicado el 13 septiembre 2019 por Carlosgu82

Parece que el rol histórico otorgado por la Historia al Feminismo ha sido el de «deconstruir» o atacar todo aquello que consideramos bueno, verdadero o bello -la familia, el amor de pareja, la sexualidad, la educación, la ciencia y la razón (salvo la que se someta a la ideología), la civilización…- Pero como toda maldición conlleva una bendición en potencia, vemos como toda esta sinrazón nos da una gran oportunidad. Esto es, ver todos estos valores de forma nueva, de cuestionarlos nosotros también pero no para negarlos y borrarlos del mapa como procura la hoguera feminista, sino para rehacerlos con mucho mejores cimientos. Hoy toca llamar la atención, con cuatro pinceladas, sobre la cuestión de «la guerra de sexos».

Dividimos el mundo en la mente, no en la realidad

Al pensar, trazamos rayas imaginarias sobre nuestra experiencia, para analizarla y comprender mejor algunas relaciones.

Decía Protágoras «El Hombre es la medida de todas las cosas»: esto es: como todo el Cosmos está regido por los mismos principios, comprender bien cómo funciona nuestro cuerpo, mente, y alma a solas y socialmente, nos dará la llave para entender la Realidad por moderada analogía en sus demás niveles. De ahí que el Oráculo de Delfos llamara a «Conocerte a ti mismo». Conocerse a uno mismo es conocer el Universo.

Por ejemplo, separamos el cuerpo en sus partes para estudiarlo o hablar de su funcionamiento, pese a saber todos que es una división imaginaria; nunca vemos piernas, cabezas o penes solos por la calle; su concepción como entes separables es mental, no real. Una vez, sostuve en mis manos una nevera con un hígado que la ambulancia debía hacer llegar al hospital; eso que yo tenía no era un «hígado», sino un pedazo de carne, que sólo volvería a ser hígado y realizar toda clase de prodigios metabólicos, si se incorporaba con éxito al organismo del paciente receptor. De otra forma, sólo era un órgano inerte, que sólo era hígado en potencia. Igual que la comida que tomamos; en potencia, será parte de nuestros tejidos vivos y nuestra consciencia; si se da esa integración. Si deja de ser comida, y pasa a ser «yo» por medio de la nutrición; un yo que es indivisible funcionalmente.

En realidad, TODAS nuestras rayas imaginarias, o categorías y conceptos, son como el ejemplo del cuerpo; ya que el Universo es uno, y no una suma de cosas separadas. Lo que es real en nuestras categorizaciones son ciertas relaciones, o procesos, que ocurren en el Universo y que son especialmente interesantes para nosotros. Por ejemplo, consideramos el Sol como algo separado que debe ser medido y vigilado de forma especial, por la cuenta que nos trae. Pero en términos cosmológicos, el sol es sólo una perturbación masiva pero minúscula, del tapiz universal; sin límites reales objetivables como fenómeno que lo separen del resto de la realidad.
El problema viene, cuando olvidamos que es un artificio, y creemos que cierto entramado de relaciones existe de forma autónoma y escindida de su entorno y hasta de otras relaciones implícitas en las tomadas.

Las cosificaciones son ilusiones y trampas del lenguaje

Cuando tomamos una idea o categoría como físicamente real, fuera de nuestra mente, incurrimos en lo que se llama en Epistemología una reificación o cosificación. Las cosificaciones son como las metáforas; nos ayudan a comprender la realidad, siempre que no olvidemos que no pertenecen al mundo real sino al ideológico.

La especie humana tiene una especialización primaria o maestra, que compartimos con muchas otras formas de vida terrestres. Esta es el polo yin y el polo yang, que en el contexto humano se suele llamar «femenino» y «masculino». Las personas por tanto, si bien manifestamos ambos principios a todos los niveles -todo lo que existe tiene que tener parte yin y yang, porque la existencia es flujo y restricción constructiva de ese flujo- todos tenemos preponderancia yin o yang en nuestras relaciones personales.

Las mujeres son predominantemente yin, y los hombres yang; pero el potencial pleno de estos rasgos sólo se manifiesta cuando alguien masculino se junta con alguien femenino; ya que uno sólo puede ser bueno en algo, o estar especializado, si forma parte de un sistema al menos binario en el que pueda delegar funciones. Por eso vemos que chicas muy femeninas y guapas terminan con hombres que son lo opuesto; buscan su complemento, un amante que asuma la parte ruda, fuerte, con mucha iniciativa; de modo que ellas se puedan «concentrar» en los aspectos femeninos de su ser. Lo mismo buscan los hombres, que tienden a preferir mujeres que perciban como complementarias. Incluso en las parejas homosexuales tiende a ocurrir esto; «la Naturaleza se abre camino» intentando manifestar la especialización sexual cósmica, aunque sólo sea en ciertos rasgos psicológicos.

E incluso lo vemos en parejas de amigos o amigas, en las que una tiende más al yang o al yin y la propia relación y comunicación lo acentúa por los efectos beneficiosos de esta tensión de los opuestos. Como en la relación literaria de Sherlock Holmes y el Dr Watson, a su vez basada en una experiencia biográfica de Conan Doyle: Si bien Sherlock tiene un lado femenino que trata de confinar a su sentido de la estética, el violín y el cuidado de las abejas; y el Dr Watson es un veterano de guerra y cabeza de familia, en la relación de ambos vemos claramente como Holmes adopta un rol muy masculino y activo, mientras que Watson es receptivo y atento a los aspectos emocionales. Cada vez que resuelven un caso, esta tensión yin-yang se consolida más por su utilidad natural.

De ahí que no tiene sentido de hablar de «las mujeres» y «los hombres» como categorías definitivas y separadas; mucho menos convertir en chivo expiatorio de los males del mundo a un sexo para así, poder exonerar al otro e idealizarlo.

Cuando algo dejaría de existir si lo deja de hacer otra cosa, significa que ambas realidades son una sola: un sistema de partes especializadas.

No ha habido sociedades sólo de hombres o sólo de mujeres; ésta es la razón:

Nótese cómo nunca, nunca en la Historia ha habido sociedades sólo de hombres o sólo de mujeres, que limiten el contacto con el otro sexo a la reproducción (las amazonas son una leyenda griega, no un hecho histórico).

Advierta el lector también como, a diferencia de los demás movimientos colectivistas -fascismo, comunismo, socialismo, maoísmo… el Feminismo NUNCA ha intentado crear un «paraíso» sólo de mujeres. No digo un país entero; siquiera una isla, o ciudad. Al contrario: las feministas más radicales y vociferantes, viven rodeadas de hombres que les protegen, les ayudan a triunfar, les arreglan el tejado…Y prosperan en un mundo de hombres. El único mundo donde pueden medrar y vivir como lo hacen, deben pensar.

Así y todo, podemos concebir una sociedad sólo de hombres o mujeres (las comunidades religiosas no cuentan, al estar insertas en sociedades que las proveen y protegen por todos lados). En una sociedad realmente sólo de mujeres u hombres, veríamos estos dos fenómenos: En primer lugar, que las especializaciones yin yang lucharían por abrirse paso, manifestarse. Esto ocurre en las cárceles e internados de un solo sexo; con los años, no sólo los rasgos meramente psicológicos, sino hasta las conductas sexuales tienden a manifestarse; la verdadera causa, es la situación social de aislamiento antinatural de un sólo sexo.
Por otra parte, observaríamos como las formas sobresalientes de masculinidad si es una sociedad sólo de varones; o de feminidad, si es sólo de mujeres, desaparece. En una sociedad en la que convivieran sólo mujeres, no habría una Anne Hathaway, una Emma Watson o una Taylor Swift (he buscado «famosas feministas»)=; porque su tipo de mujer femenino, delicado, sensible y bello no sería promovido como un valor útil a la supervivencia, no serían inspiración para los hombres, y no podrían tener un cutis perfecto porque les tocaría trabajar en oficios muy alejados del glamour. El tipo femenino de mujer iría desapareciendo gradualmente, ya que, si es Bella la que redime a la Bestia y le hace sentar la cabeza, también es la Bestia la que permite que exista la sensible Bella colectora de flores, y no una ruda campesina colectora de estiércol. Mal hacen estas bellas que sólo pueden existir en sociedades «patriarcales» -esas donde la hermosura de la mujer es valorada y promovida en lugar de ocultada y arruinada por muchos hijos y muchas cabras- en maldecir a las Bestias que las amparan, las promocionan y las defienden.

Una rosa puede pensar que es linda, perfumada y delicada; y por tanto superior al tallo duro y lleno de cortantes espinas. No digamos ya a las feas raíces. Pero este tren de pensamiento estaría muy errado; porque la rosa simplemente no existiría sin el tallo, y sin las raíces. Todo lo bueno que hay en la rosa, es producto del tallo masculino y protector, y de esas raíces tan feas que producen el alimento. A su vez, el tallo y las raíces viven para la rosa; la rosa es su esperanza de que su ser se perpetúe en nuevas plantas, y procuran que esté bien alimentada y bella, y protegida de depredadores.
El jardinero o jardinera que llega con unas tijeras, y le dice a la rosa que ella es autosuficiente y no necesita al agresivo tallo o la despreciable raíz, no es amigo de la rosa. Sus halagos no pueden ser peor intencionados.

Las mujeres son el polo femenino y yin del ser humano, y los hombres el polo yang. Su existencia y características, modeladas por la Naturaleza a través de la bioquímica y la cultura, sólo tienen sentido como partes del mismo todo. Destruye a los hombres negando sus méritos sociales y castrándolos psicológicamente, y destruirás también a las mujeres. Reduce a las mujeres a seres hoscos, sin gracia ni erotismo; y tendrás un ejército de Bestias y una escalada de suicidios masculinos.

Piense el lector y lectora, piense: ¿no será que se financia generosamente al feminismo y a la ideología de género para destruir la dinámica virtuosa y complementaria yin-yang en nuestras sociedades, con el fin de debilitarlas y llevarlas al colapso? ¿No es curioso que se promueva a las mujeres por parecer hombres, pero nunca por ser femeninas, hermosas, musas, o pensar por sí mismas? ¿No es delatador que todo mérito masculino -promovido por el ego masculino que lleva a competir sin descanso, e inspirado por el yin en su vida (madre, hijos, pareja) sea puesto bajo sospecha? Ni siquiera los premios Nobel se libran.

Los hombres existimos; las mujeres existen; pero no podemos ser considerados de forma separada, ni para idealizarnos ni para demonizarnos. Porque no se puede valorar como algo separado o alternativo (mejor o peor) lo que no puede existir si no existe su otra parte.