Sobre la imposible neutralidad del estado liberal

Publicado el 12 septiembre 2013 por Vigilis @vigilis
Es curioso cómo toda reflexión que inicio para tratar la identidad nacional en los parámetros del estado liberal, acaba siendo una reflexión sobre las libertades negativa y positiva dentro de la sociedad política.

Si en el estado liberal, el átomo esencial es el individuo, toda otra consideración del individuo más que como miembro de la sociedad política queda relegada a un segundo plano. El individuo, dentro de la sociedad política, pasa a ser ciudadano. No importa que sea del Barça, que tenga los ojos azules ni que su color favorito sea el marrón ni que hable suajili ni que adore a una piedra en el campo. Si existe una identidad nacional en el que se pueda meter al ciudadano, esa identidad la otorga la propia pertenencia a la comunidad política. Dicho de otro modo, la identidad nacional del ciudadano es la identidad que le viene dada por someterse al estado.
Entiendo que este tipo de identificación sea muy débil. La identidad nacional vendría dada por compartir una cierta vida jurídica y política con tus vecinos. Así, ver la bandera del estado liberal en un pueblo, significaría que en ese pueblo existen una serie de normas y de leyes (ahí hay politeia, πολιτεία) y mecanismos para que se cumplan, no que la gente es del Barça o habla suajili. Esto digo que es débil porque si preguntas por la calle, la gente se identifica antes con ser del Barça o con hablar suajili que con el estado que les define como ciudadanos.
No desconozco que la historia del surgimiento de los estados liberales tiene poco que ver con este planteamiento. Cuando a partir de principios del XIX aparece el estado liberal, este se dedica a crear (o reforzar sobre otras) identidades basadas en la participación política (había maneras de adquirir la ciudadanía para los extranjeros), sí, pero también en rasgos étnicos, costumbristas o artísticos: se establecen pesos y medidas comunes, el mismo horario para todo el país, leyes de educación nacional, servicio militar, etc.


«La perfecta libertad no existe. El hombre debe saber bien en qué mundo vive. Y en este momento, el mundo es Roma» (Ben Hur).

La moral del estado liberal
Pero si el estado liberal es tan solo la comunidad de participación política en la que el ciudadano redacta y cumple las leyes, ¿es este estado amoral? Como el ciudadano es el átomo esencial del estado liberal, el bien del ciudadano será el bien que persiga el estado. No existirá por lo tanto un bien común que sea ajeno a cada uno de los ciudadanos, sino más bien un bien común que sea el bien de cada uno de los ciudadanos (¿esto lo decía Aristóteles? bah, da igual). Asimismo niego que exista el bien del estado (el estado no es una persona con inquietudes, sino una construcción política. Otrosí digo que el estado busca su eutaxia, pero ese es otro tema) o el bien de quienes tienen las magistraturas del estado por tener esas magistraturas (en cuyo caso hablaríamos de corrupción y monarquismo y sería lícito empujarlos por la Roca Tarpeya).
No se puede negar que hay un problema cuando los fines de los ciudadanos son contradictorios. ¿Qué debe hacer en ese caso un estado que procure el bien de cada uno? Tratar a todos igual. Combinar las preferencias de los ciudadanos de tal modo que por ello nadie deje de ser ciudadano. Al vivir en una comunidad la vía es de dos sentidos: es irremediable que el bien de los demás choque en algún punto con el bien propio, por eso se necesita la política y -esto es personal- prefiero que la política se haga de tal manera que todos participen.
Sobre la neutralidad del estado liberal

Más que con el ciudadano, el conflicto del estado liberal es con los grupos definidos. Si existen identidades (futboleras, lingüísticas, cromáticas...) que compiten con la identidad nacional, es importante ver de qué modo se debe actuar. En principio, el estado liberal es neutral hacia estas identidades. Los miembros de cada una de esas identidades son ciudadanos y participan en la vida política común. El problema es que si el estado es lo bastante grande, no será tan homogéneo como para que la mayoría no afecte a la minoría. Voy a poner un ejemplo.
Supongamos un pueblo en el que se decida si sufragar el próximo fichaje del Real Madrid. Una mayoría del pueblo es madridista, pero existen otras identidades que unidas pueden vetar la decisión. La resolución de esto es muy sencilla: que cada aficionado pague de su bolsillo y no acuda al estado para hablar de fichajes. Pero la cosa se complica si tenemos un sitio donde se hablan varios idiomas y se ha de decidir la lengua de la enseñanza. En el proceso de construcción de los estados liberales, las autoridades del momento eligieron una lengua sobre otras. ¿Es inevitable que el estado sea reflejo de la mayoría? Si los domingos son festivos es porque la mayoría de la gente es cristiana. ¿Hasta qué punto es real la neutralidad del estado liberal? Hasta el punto que marque la mayoría, me temo. La buena noticia para los minoritarios (y todos pertenecemos a una minoría u otra) es que hay muchas formas sofisticadas de que opciones minoritarias convivan con las mayoritarias. Dos prevenciones rápidas se me vienen a la cabeza: una, que el estado se encargue de "pocas" cosas (que no decida sobre fichajes de fútbol, por ejemplo) y dos, que dentro del estado haya varios lugares deliberativos (que haya varias "asambleas").
Partir el bacalao
Por mucha neutralidad que quieran los ciudadanos que tenga su estado, sin instituciones que guarden a las minorías, el proceso de homogeneización es imparable. (No juzgo aquí si la homogeneización es buena o mala). En Bélgica, España o Suiza, aun siendo todos los ciudadanos iguales (eso ponen en sus constituciones, démoslo por bueno), cosas como la enseñanza de lenguas minoritarias son asuntos que tratan gobiernos regionales o municipales. En tanto todos los ciudadanos son iguales en el estado, las minorías ven así colmadas sus aspiraciones de no someterse a la homogeneización. (No niego tampoco que exista una homogeneización supraestatal, por ejemplo, con el inglés y la comida basura). Que las leyes lingüísticas no choquen con los principios constitucionales es algo que también debe resolver la política. No niego aquí que a nivel municipal o regional, se puedan dar choques. Al estado eso le va bien porque consigue delimitar geográficamente el problema. Los diseños institucionales no son inocentes, los construyen personas con nombres y apellidos que buscan ciertos fines.

Si en concreto comparamos el caso suizo con el español, vemos cómo distintas construcciones institucionales tienen efectos diferentes. En España surge una cierta competencia entre lealtades o adscripciones nacionales y en Suiza no. Paradójicamente, en Suiza los cantones forman parte esencial del estado (de hecho, cogobiernan el país) y da igual si uno habla italiano o alemán, ninguno se imagina dejar de ser suizo (bueno, quizás el que habla alemán sí, jeje). ¿Cómo es posible que el estado más descentralizado consiga mayores cotas de lealtad al conjunto? La pregunta no es retórica, me gustaría saber la fórmula del éxito suizo.
El autogobierno de una comunidad es visto desde el centro del estado -las más de las veces- como una alegre concesión a la riqueza de tipo folclórico del país. Desde la periferia, el autogobierno es visto como la compensación de una situación de desventaja. Suiza nos enseña que el autogobierno no está reñido con el compartir un compromiso de vida política en común. La proximidad a una comunidad inmediata no excluye la posibilidad de pertenencia a una comunidad mayor. En el fondo, el problema es geométrico: dónde poner los límites. En esta época, cada día que pasa el problema se va difuminando. Van adquiriendo más importancia los organismos supraestatales y van surgiendo paradojas como que los argumentos de una comunidad dentro de un estado sean usados por ese estado dentro de una organización internacional a la que pertenece. En definitiva, muñecas rusas.
No mucha politeia: