La libertad es uno de los requisitos de la vida moral. Si estuviéramos determinados a ejecutar un acto no seríamos responsables de ese acto. Desde el punto de vista del materialismo vulgar la libertad es una ilusión. Como la conciencia, no es más que un epifenómeno que acompaña el movimiento de la materia, determinado por las leyes de la física. Spinoza decía que los humanos nos creemos libres porque ignoramos las causas de nuestros pensamientos, pero estos tienen causa. Materialistas extremos llegaron a decir que el cerebro secreta pensamientos como el páncreas secreta insulina o los riñones, orina.
Esa posición choca con las observaciones más sencillas y con la ciencia misma, que no existiría se los materialistas extremos tuviesen razón. Pensar es hallar soluciones a problemas. Cuarenta estudiantes frente a un pizarrón concentran sus mentes en resolver las mismas ecuaciones, aunque sus neuronas tengan un ADN diferente y reacciones electroquímicas ligeramente distintas. Si el pensamiento fuera una secreción causada por movimientos aleatorios de centros cerebrales, sería inexplicable la coordinación que muestra una multitud que escucha el mismo sermón o el mismo discurso. Igualmente, las mismas áreas relacionadas con el pensamiento y el lenguaje se encienden cuando pedimos a varios literatos que escriban narraciones sobre un tema libre. Las mismas áreas producen creaciones totalmente diferentes, lo que demuestra que no hay una relación causa-efecto estricta entre el movimiento cerebral y los pensamientos o creaciones. Eso no evita que el pensamiento sea causado, pero las causas pueden ser múltiples. Puede ocurrir algo interno, un aviso de que estamos enfermos o una idea que nos surge sin saber de dónde y ponemos toda la mente a trabajar en una rápida solución. Quizá de las profundidades del insconsciente viene una atracción o un rechazo hacia algo o alguien. O puede ser que alguien exprese una opinión e inmediatamente surge en nosotros una opinión opuesta. Este es el principio de la dialéctica, el choque de ideas contrarias que hace progresar a la humanidad. Por ejemplo, alguien plantea un problema y ponemos a trabajar el cerebro, a veces por días, en hallar una solución. Unas ideas se encadenan a otras y ninguna es un reflejo de un proceso neuronal, aunque el cerebro esté mostrando una fuerte actividad en la que invertimos energía.
La capacidad de poner nuestro cerebro a trabajar en una dirección u otra ha hecho a muchos, especialmente a filósofos cristianos, a explicar ese proceso mediante la introducción de un alma inmaterial que no proviene de la materia pero es capaz de dirigirla porque posee una voluntad y una racionalidad que no están presentes en los animales. Esa alma solo puede ser introducida por un ente superior, también inmaterial, un Dios. Esta tesis nos deja sin explicar varios detalles. ¿Cómo esa espíritu está unido a la materia, encerrado en ella? Es prisionero de lo materia, porque no puede escapar del cuerpo, pero lo domina y dirige sin tener masa ni energía propias. El segundo punto que no explica roza directamente la libertad. Si un ente superior puso mi alma en este cuerpo que tengo, me dio una genética específica (la de mis padres) y un ambiente en el que iba a crecer (el que podían darme mis progenitores). Eso limita mis posibilidades. Pero más las limita el hecho de que ese creador creó mi alma en este cuerpo y en este tiempo con un propósito y conoce, mucho mejor que yo, la forma en que me desenvolveré dentro de las circunstancias en que me puso. Por eso Jean Paul Sartre afirmó que la existencia de un creador es contraria a la libertad humana y abrazó el ateísmo.
Una tercera vía deriva del estudio de la vida. Todo lo vivo tiene subjetividad. Sus actos y movimientos no provienen solo de fuerzas externas sino de un esfuerzo interno por mantenerse vivo. Como lo vivo tiene que buscar fuentes de energía para mantenerse, no solo desarrolló sentidos internos y externos, sino capacidad para reconocer peligros o presas. Incluso es capaz de discernir cuáles son los puntos débiles de una presa para cazarla. Nuestra inteligencia y voluntad no son producto de una entidad especial que esté presente en nosotros y no en los animales, como plantea la filosofía católica, sino que deriva directamente de la lucha por la vida que han llevado a cabo todas las especies. En esa lucha hemos desarrollado capacidad para elegir entre varias opciones y acumular información sobre los resultados de esas elecciones. Es una libertad limitada pero en constante crecimiento no solo para el individuo sino para la especie, que ha logrado progresar técnicamente gracias a la información recabada y transmitida durante siglos por todos los pueblos. Creo que esta es la mejor opción para explicar nuestra libertad.