Sobre la regla fundamental de la asociación libre

Por Rhenriquez

William Orpen, The Mirror. 1900

Sobre la observación de esta regla fundamental habría mucho que decir. A veces encontramos personas que se conducen como si ellas mismas la hubieran dictado. Otras pecan contra ella desde un principio. Su comunicación al sujeto, antes de iniciar el análisis, es tan indispensable como útil. Más tarde, bajo el dominio de las resistencias, deja de ser observada, y para todo sujeto llega alguna vez el momento de infringirla. Por nuestro autoanálisis sabemos cuán irresistiblemente surge la tentación de ceder a los pretextos críticos que nos inducen a rechazar las ocurrencias. De la escasa eficacia del pacto que convinimos con el paciente al exponerle la regla fundamental del análisis tenemos ocasión de convencernos en cuanto se trata por primera vez de la comunicación de algo referente a una tercera persona. El paciente sabe que debe decirlo todo; pero aprovecha los preceptos de la discreción para crearse un obstáculo: “¿Debo realmente decirlo todo? Creía que la regla sólo se refería a mis cosas propias y no a las que tuvieran relación con otras personas.”

Naturalmente no hay medio de llevar a cabo un tratamiento analítico excluyendo de la comunicación las relaciones del paciente con otras personas y sus pensamientos sobre ellas. Pour faire une omelette il faut casser des oeufs. Un hombre correcto olvida fácilmente las intimidades de los demás cuando las mismas no entrañan algo de interés personal para él. Tampoco podemos renunciar a la comunicación de nombres propios, pues, de hacerlo así, el relato del enfermo adolecerá de una vaguedad como las escenas de la obra de Goethe Die natürliche Tochter, que lo hará inaprehensible para la memoria del médico, y, además, los nombres retenidos obstruyen el acceso a toda una serie de relaciones interesantes. Lo más que puede hacerse es permitir al sujeto que reserve los nombres hasta encontrarse más familiarizado con el médico y con el procedimiento. Es harto singular cómo se hace insoluble la labor entera en cuanto consentimos la reserva en un único punto. Señálese un lugar con derecho de asilo en una ciudad, y veremos lo que tarda en reunirse en él toda la gente maleante por ella dispersa. En una ocasión tuve en tratamiento a un alto funcionario, obligado por juramento a no comunicar determinadas cosas, consideradas como secretos de Estado, y esta limitación bastó para hacer fracasar el análisis. El tratamiento psicoanalítico tiene que sobreponerse a toda clase de consideraciones, pues la neurosis y sus resistencias no respetan tampoco ninguna.

Sigmund Freud
La iniciación del tratamiento