Sobre la superstición

Publicado el 20 noviembre 2019 por Carlosgu82

Estamos en el siglo XXI. Nuestra especie lleva ya demasiado tiempo en este planeta. Demasiados siglos, en los que ha tenido tiempo más que suficiente para desarrollarse, tanto cultural, como intelectualmente. Resulta triste que hoy en día, que tenemos acceso a la información como nunca en la historia. Cuando los avances y los métodos de la ciencia están al alcance de todo el mundo. Cuando hay una inmensa cantidad de divulgadores excelentes en gran diversidad de temas y materias (psicología, filosofía, física, historia, literatura, matemáticas), la gente siga anclada en el pensamiento del pasado.
Creo que no pillo a nadie desprevenido cuando digo, que en la actualidad, las religiones están, desde hace bastante tiempo, relegadas a un segundo plano. Sin embargo, aun cuando no hay una iglesia coaccionando a la sociedad mediante el miedo y el discurso sobrenatural, para alcanzar sus propios fines y beneficios lucrativos, la gente no sólo conserva dicho carácter supersticioso, sino que parece que no hace sino incrementarse. El problema no es que haya quienes tengan por costumbre santiguarse antes de salir en la calle, o lleven un ajo en el bolsillo. El problema radica en que como es normal que haya gente que crea en fantasmas, también comienza a normalizarse otras cosas más preocupantes, como que haya individuos capaces de decir, sin temor a sentir vergüenza, que la tierra es plana o está hueca, que hay que evitar vacunarse debido a una terrible conspiración (Como va por ahí anunciando la monja Forcades), que estaría bien poner ese sofá más a la derecha para que fluya bien el chi, o que todo alimento es o cancerígeno, o anticancerígeno (sin término medio).
No es la arrogancia o la condescendencia hacia Iker Jiménez, o canales de Youtube como Mundodesconocido, lo que me ha llevado a escribir este comentario, sino más bien la tristeza. Dan ganas de llorar, a mí al menos, al ver la peligrosa facilidad con la que la gente se cree cualquier cosa (muy famosa es aquella frase de Mark Twain: «Es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados»), ya sean consejos en las redes sociales (con origen en personalidades con nula autoridad), discursos irreales dentro de la política o relatos religiosos de hace más de cinco siglos. Sería pertinente dejar claro, que no es lo mismo recrearse en el misterio y el terror, viendo una película o leyendo una novela; que por otro lado, creer en algo sobrenatural. Hay una gran diferencia entre la premisa, «te voy a contar una historia de terror para que te lo pases bien y te evadas por un rato», y el caso de Iker Jiménez de: «Esto, se supone que es cierto, pero saquen sus propias conclusiones, aunque claro, si no te lo crees, probablemente sea porque eres un envidioso y una mala persona».

Irónicamente, muchas de las personas más célebres en el mundo del entretenimiento y el espectáculo que se dedicaban a maravillar a la gente con actuaciones dentro de un jaez mágico «recreado» (y esta palabra es clave), como el gran mago Houdini o el canadiense James Randi, les indigna, precisamente porque saben que todo es un truco, que todo es deliberadamente simulado, que haya quienes se aprovechen de la ingenuidad de muchas personas para ganar dinero. Y precisamente por ello, se mostraron públicamente como defensores de un sano escepticismo ante tales temas. Houdini dejó una combinación de palabras a su mujer, con las cuales hipotéticamente se comunicaría tras de muerto, en el caso de que tal cosa sucediese, ningún medio (y fueron muchos quienes afirmaron hacerlo) consiguieron comunicarse con Houdini demostrando que les habían trasmitido las planificadas palabras. James Randi, por su parte, y tras una gran labor desmintiendo fraudes de casos paranormales, decidió ofrecer, desde su Fundación Educativa James Randi, un millón de dólares, a cualquiera que demostrase fehacientemente la evidencia de un caso paranormal. De momento nadie se ha hecho con el dinero.

En todos los lugares hay gente que se aprovecha de cualquier circunstancia para mofarse de quien cree que no tiene la razón. Pero estoy seguro de que, cuando ha personas como Iker Jiménez, se le comenta temas en los que o no cree, o no entran dentro de su nicho de temas a tratar, como por ejemplo, los terraplanistas, o los que creen en los reptilianos, su respuesta sea la de pensar, «¡Pero hombre!, ¿cómo puede ser que exista gente que se crea esas cosas?

Todo esto, a mi parecer, es la consecuencia del mayor de los males que aquejan al ser humano. La ignorancia. Una ignorancia con germen en la profunda carencia de laboriosidad y voluntad. De tener curiosidad. Y estoy seguro de que en la película Poltergeist (muy buena por cierto) pasan cosas muy sorprendentes, pero en el ámbito del conocimiento, en la ciencia, en la cultura en el sentido menos anglosajón de la palabra, también suceden cosas asombrosas. La filosofía, decía Aristóteles, nace del asombro. No entiendo como, la misma curiosidad que la gente tiene por saber el pasado de cualesquiera casa encantada, no la tienen por conocer como funciona el mundo en el que viven.

La humanidad no ha madurado todavía, seguimos cometiendo los mismos errores de comprensión de hace años, porque en lugar de emplear la ficción, necesitamos mitos que nos hagan creer que hay algo más allá, que existe una determinada energía o magia que impregna nuestro mundo, que no perdemos el tiempo preocupándonos por terrores místicos o mal llamados pseudocientíficos (porque muchos de ellos ni siquiera pretendieron aspirar a la categoría de ciencia), en lugar de otros miedos mucho más reales y apremiantes como el cambio climático, la crisis demográfica o el ascenso de los extremos políticos. El propio Iker Jiménez dijo hace tiempo una gran verdad, y es que, mucho más miedo que su programa, da ver el telediario de cualquier día.

Una posible causa que yo planteo, es el hecho de que durante la transición de la sociedad religiosa a la sociedad actual no se consolidaran una serie de elementos necesarios que más o menos se suplían con la religión, como son: tener un modelo moral de creencias y de comportamiento, mantener a la sociedad cohesionada propiciando una conciencia de grupo (hermanos «cristianos», «musulmanes», «judíos» o otra religión de turno), conservar un relativo orden entre todos los creyentes, etc. Durante ese traspaso, que no tuvo fecha de inicio, y que todavía no ha terminado, no se planificaron o consolidaron pertinentemente los fundamentos laicos que habrían de llenar el hueco dejado por el ocaso de la religión, a saber, el pensamiento crítico (en lugar del actual «pensamiento mágico), la ética y el civismo (en lugar de hacer lo correcto por temor a la ira de Dios, o por vanidad), la concienciación de los problemas de trasfondo político o social (en lugar de depurar responsabilidades al creer que Dios vendrá a ayudarnos si le rezamos), o el cosmopolitismo y el humanismo, (en lugar de el nacionalismo y el racismo).

Yo mismo vi algún episodio de Cuarto Milenio (aunque hace muchos años) y también he pasado alguna noche inquietita en la cama (porque reconozco que soy muy miedoso. De niño era de los que tras ver una película de miedo, se tapaban con la manta dejando una pequeña abertura para no asfixiarme, como si fuera infranqueable para los monstruos o si de un bunker se tratase) pero al final, la sombra que parecía la figura de un ente maligno, siempre acaba siendo una prenda con una posición particular, colgada del perchero de detrás de la puerta. Quisiera concluir este artículo con una frase, que ha ejercido gran influencia en mí, escrita por Mauricio-José Schwarz: «¿Cómo se puede aspirar a transformar el mundo si no se lo conoce, si no se lo entiende, si no se lo asume en toda su complejidad y con el valor necesario para poner en cuestión nuestros prejuicios?».

(Imagen de @Jeswin en Freepik)