La última vez era mi cuarto de siglo. Mi vida era tranquila, estable y feliz. El futuro se veía al horizonte como un prometedor amanecer que traería sueños cumplidos. Y ahora, con un cuarto de siglo, un año y tres meses, al horizonte se lo ha comido una oscuridad que parece tremendamente amenazadora. Mi vida pasó de ser un lugar apacible, ocupado por la rutina, las ganas de estudiar, aprender, trabajar, a un devenir de días inciertos.
La vida, inoportuna como es ella, de repente nos ha recordado, una vez más, que tenemos esa maldita costumbre de dar todo por sentado. Supongo que no soy la única que se ha quedado anonadada por la rapidez con la que nuestro mundo se ha puesto patas arriba de un momento a otro. Y es que, a todos nos han dado un revés en nuestra arrogancia y estupidez. Porque pensar que un sistema tan complejo e interconectado que se sustentaba en un hilo finísimo iba a perdurar indefinidamente, demuestra precisamente lo arrogantes y estúpidos que estábamos siendo. Éramos como los elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araña en aquella canción infantil, viendo hasta dónde podíamos llegar.
Y ahora que la telaraña nos ha dejado a todos desperdigados a nuestra suerte, toca buscarse la manera única y particular de sobrevivir. Cada quien se salva como puede, y yo, tal vez, escoja las letras para refugiarme por un tiempo de esta lluvia de locura que está cayendo sobre nuestras cabezas. Ohhh, escribir para salvarse, menudo cliché. Bueno, también lo era eso de que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde, eso de que todo puede cambiar de un plumazo, que todo es posible y nada es seguro, de que había que lavarse bien las manos, y míranos.
Amigos blogueros, ¿cómo os va? ¿Qué ha sido de vosotros en todo este tiempo?Os mando un fuerte abrazo virtual.