Blanca Mazo García
Hoy me gustaría hablaros de una gran poetisa que descubrí hace algunos años y que me sorprendió muy gratamente. Se trata de Elizabeth Barrett Browning. Me fascinó la sencillez y dulzura que expresaban sus palabras, esa inocencia con la que escribía sobre el amor. Fue entonces cuando empecé a investigar sobre ella y su historia, y lo que más me intrigaba, su vida amorosa. Al empezar a investigar descubrí que la mayoría de los poemas que había leído y que tan dulces me habían parecido, iban dirigidos a su marido, y ahí vino la gran incógnita para mí: una mujer victoriana que se casa realmente enamorada y cuyo amor permanece durante los años. Hasta entonces la poesía a la que yo había tenido acceso era en su mayoría de autor masculino, y la poesía amorosa en general me parecía muy pomposa y llena de adornos, demasiado recargada y artificial para mi gusto, obviamente hay excepciones, pero hablo generalizando mucho. Elizabeth Barrett Browning sonaba a algo distinto en mis oídos, su amor me parecía sincero y no tardé en buscar a diestro y siniestro la historia de amor que había inspirado tan bellas palabras y que ahora os relataré lo mejor que me permita mi capacidad de narradora.
Elizabeth Barrett Moulton-Barrett nación en Durham, Inglaterra, en 1806. Fue una gran lectora desde muy pequeña, también fue autodidacta y a la tierna edad de 10 años ya había leído las historias de Grecia, Roma e Inglaterra y gran parte de los clásicos. Antes de alcanzar la edad adulta enfermó, no se sabe exactamente de qué, pero debido a su enfermedad pasó la mayoría del tiempo dentro de casa sin poder viajar o realizar actividades de exterior, además su padre prohibió que su hija recibiera visitas por miedo a que empeorase. Se cree que fue en ese momento cuando Elizabeth empezó a escribir sus poemas. En 1844 se reunieron todas sus pequeñas creaciones en el libro titulado simplemente “Poemas”. Un buen día, este libro cayó en manos de Robert Browning, un oscuro poeta inglés, que se vio conmovido por la bella obra de la joven Elizabeth hasta tal punto que decidió escribirle una carta. “Adoro sus versos con todo mi corazón, querida miss Barret… así como la amo a usted…”, cosas como esta le decía Robert Browning a Elizabeth en su carta, la joven dama no pudo resistirse a las halagadoras palabras de Browning y así fue como empezaron una relación por correspondencia. Al poco tiempo Robert le comunicó que quería conocerla, pero como se ha mencionado antes, tanto los médicos como el padre de Elizabeth le habían prohibido recibir visitas. Browning no cedió y le dijo a Elizabeth que entendía que su salud era frágil, pero los médicos no podían prohibirle pasear con su prometido. Ante estas palabras, Elizabeth no pudo negarse y durante el encuentro acordaron que se escaparían y se casarían en Italia. Su padre nunca la perdonó, y por muy feliz que Elizabeth fuera junto a su amado Robert, la traición a su padre siempre la atormentó. Elizabeth murió en Florencia en 1861 debido a la enfermedad que sufría desde su juventud, y allí fue enterrado su cuerpo, pero su alma permanece viva tanto en sus creaciones como en las de su amado esposo.
Si en algún momento dudasteis del amor, leer los versos de la angelical Elizabeth os ayudará, ella puede resucitar los sentimientos del corazón más escéptico. Espero que esta historia de amor os inspire, como me ha inspirado a mí desde el día que la conocí, pues los versos de Elizabeth no podrían ilustrar mejor el sentimiento. Os dejo aquí uno de los poemas que a mi entender refleja mejor lo que Elizabeth representa, dejad que su historia de amor viva una vez más a través de las palabras.
Cuando nuestras dos Almas.
When our two souls, Elizabeth Barret Browning.
Cuando nuestras dos almas se alzan firmes,
cara a cara, silenciosas, dibujando intimidades,
hasta que la extensión de nuestras alas se quiebra,
lacerando cada recodo, quemando cada curva.
Entonces ¿qué amargura de la tierra puede opacarnos
sin que en el otro encontremos eterno consuelo?
Piensa que, escalando alto, los ángeles nos contemplan;
deseando derramar una dorada, una perfecta melodía
sobre nuestro abismal y querido silencio.
Demoremos nuestros pasos por el mundo, amado mío;
huyendo del humor inestable de la humanidad
que aisla cruelmente a los puros espíritus.
Hagamos juntos un sitio donde permanecer de pie,
donde la felicidad de las horas sea amarnos por un día,
rodeados por la Oscuridad como única compañía.