Sobre las crisis y las masas. Cataluña en 1640

Por Lparmino @lparmino

Felipe IV en Fraga, 1644, de Velázquez
The Frick Collection, Nueva York - Fuente

La muerte a sangre fría de la autoridad competente a manos de una turba enfurecida podría parecer asunto actual. Sin embargo, a lo largo del relato histórico es posible hacer una cuantiosa relación de este tipo de acontecimientos macabros que suelen significar el punto de partida de un hecho más o menos relevante desde el punto de vista del discurrir político en una determinada sociedad. Así sucedió un festivo 7 de junio de 1640 en Barcelona. Las tensiones eran más que evidentes en los campos catalanes desde hacía ya años y el asesinato del virrey de Cataluña, el conde de Santa Coloma, a manos de una multitud de campesinos mientras trataba de huir de la ciudad junto a otros funcionarios reales, no hacía más que dar significación al descontento catalán iniciando un largo proceso bélico que implicaría a diferentes protagonistas: a los catalanes enfrentados a las tropas del rey hispánico, y a una Francia que cada vez era más consciente de su nueva papel hegemónico en el teatro europeo y que deseaba obtener réditos políticos de la grave situación que vivía la monarquía española.
 

El Corpus de Sangre (7 de junio de 1640) en
una pintura de 1890
Fuente

Es imposible separar el proceso catalán de la década de los cuarenta del siglo XVII de la crisis generalizada, en todos los órdenes, que azotaba desde hacía tiempo a la monarquía de los Austrias españoles. El país estaba envuelto en una política europea demasiado ambiciosa para unos territorios cuyos escasos recursos habían sido esquilmados hasta la saciedad. La economía vivía un momento de especial decadencia fruto de ese belicismo exterior que implicaba a todo un país en empresas de escasos o nulos beneficios. Los estadistas que dirigían los designios financieros del reino mostraban en cada decisión su incompetencia ahogando una economía frágil y endeble. Ni siquiera los recursos americanos fluían a las arcas del rey, sujetos a los vaivenes climatológicos de un mar excesivamente peligroso o los caprichos de las correrías de piratas y corsarios británicos, holandeses o franceses. Todos estos factores encontraron caldo de cultivo adecuado en una sociedad arcaica, , inmovilista, inculta y sujeta a la superstición más atroz, incapaz de afrontar un moderno futuro cada vez más presente y sujeta a los caprichos de unas clases dominantes tremendamente incompetentes e incapaces.
Es necesario entender que el levantamiento catalán de 1640 se encuadra, por lo tanto, dentro de un movimiento global que afecta a todos los reinos hispánicos en esas mismas fechas: Portugal inicia su proceso de independencia que culminará en 1668, mientras que similares intentonas, esta vez fallidas, tienen como escenario los reinos de Aragón (1648) y Andalucía (1641) gracias al ímpetu secesionista del duque de Híjar y del duque de Medina Sidonia. Por otra parte, el hispanista británico John H. Elliott, en La rebelión de los catalanes (1598 – 1640) (obra publicada por Siglo XXI en el año 2006) afirma que no podemos dejar de considerar el tenso ambiente que reinaba en Cataluña antes de 1640, con una fuerte conflictividad social que enfrentaba a los sectores menos privilegiados de la sociedad catalana contra nobles y potentados en general, con numerosos episodios de violencia interna.

Retrato ecuestre del conde duque de Olivares
1634, Velázquez
Museo del Prado - Fuente

Sin embargo, estos datos no son óbices para tratar de obviar el más que evidente descontento existente hacia las políticas centralistas desarrolladas desde la Corte madrileña y personalizadas en la figura del rey, Felipe IV y su valido, el conde duque de Olivares, así como las infortunadas y perniciosas políticas y prácticas desarrolladas en Cataluña por los representantes del poder central. Este último, consciente de la incapacidad del sistema financiero de la monarquía para hacer frente a los enormes dispendios que suponía la política exterior, exigió un mayor esfuerzo y participación solidaria de todas las regiones, hecho que canalizó el descontento catalán e incendió la chispa que provocó el inicio de las hostilidades entre España y Cataluña en la festividad del Corpus Christi de 1640. El cariz que estaban tomando los acontecimientos aconsejó a las autoridades catalanas buscar el auxilio del rey francés Luis XIII, quien procedió a anexionarse el principado catalán y entablar una feroz guerra contra los ejércitos españoles más allá de los Pirineos.
De nuevo, la falta de oportunidad política del conde duque envalentonó a los catalanes y provocó uno de los momentos de mayor amenaza contra la integridad de la monarquía hispánica. Sin embargo, el comportamiento francés no supo o no quiso aprender la lección española, provocando, aún si cabe, mayor descontento entre el pueblo catalán. Finalmente, mediante diversas operaciones militares, el estatus quo anterior a 1640 fue recuperado y Cataluña regresó a la nómina de los reinos españoles previo juramento de sus fueros por parte del rey Felipe IV.
Luis Pérez Armiño