Sobre las sutilezas políticas. Pan y circo

Por Lparmino @lparmino


Los indignados toman la plaza y el material piroctécnico
Fotografía: Luis Pérez Armiño


Las autoridades municipales valencianas han vuelto a hacer alarde de su ingenio y calidad política a la hora de manejar el asunto público. El pasado día 12 de mayo, sábado, se preveía una fuerte presencia en la manifestación de indignados que debería celebrar el primer aniversario del 15 – M. Como era de suponer, un día reivindicativo en el que miles de personas acudirían a la protesta pacífica bajo diferentes directrices, asociaciones y organizaciones aunque todas ellas etiquetadas bajo el apelativo de “indignados”. La marcha partiría de un lugar ya emblemático en el ideario “indignado” como es la plaza de San Agustín, frente al ya famoso instituto de Educación Secundaria, el Luis Vives, triste icono de la protesta contra los recortes en materia educativa que se saldó de con la actuación tan lamentable de la Policía Nacional.


Manifestación del 12M en Valencia
Fotografía: Luis Pérez Armiño


Esa actuación policial provocó un hecho inusual en Valencia. Las Fallas se convirtieron en escenario y escaparate para dar rienda suelta a la ira (contenida) y a la originalidad en las pancartas de todos aquellos colectivos que querían dejar constancia de su malestar ante la actual crisis y la brutal respuesta policial ante el IES Luis Vives. Todos los días, coincidiendo con el final de la mascletà, el Ayuntamiento agrupaba a cantidad de indignados y protestantes de las más diversas causas bajo su balcón exigiendo responsabilidades políticas ante los duros ajustes y la represión injustificada de las fuerzas de orden público. Así, día tras día. Fue en esta ocasión cuando el Ayuntamiento valenciano hizo gala de esa particular visión política, sacando a la calle los vehículos municipales de limpieza viaria, empleándolos como efectivos arietes antidisturbios al lanzarse contra los ruidosos y escandalosos manifestantes. Ya forma parte del imaginario popular esa instantánea del vehículo de la limpieza entre multitud de indignados tratando de esquivar cepillos y escobas frente a la divertida mirada de los agentes de la policía municipal.

La policía protege los restos de la mascletà
Fotografía: Luis Pérez Armiño

No creo necesario insistir en que a las autoridades valencianas no es de su especial agrado estas muestras de indignación. Una de las Comunidades más afectadas por la crisis y la corrupción del país que, sin embargo, sigue otorgando un numerosísimo espectro de votantes al Partido Popular, hasta el punto de que los populares prácticamente monopolizan las instancias autonómicas y el Ayuntamiento valenciano.
Ante la más que previsible afluencia de personas a la protesta convocada el 12 de mayo y ante la posibilidad especialmente alta de ocupación de la plaza del Ayuntamiento, después de que la Delegación de Gobierno en Valencia autorizase la marcha y su recorrido, los responsables municipales decidieron colocar en la Plaza en cuestión, apenas cuatro días antes de la manifestación, una mascletà en honor a la Virgen de los Desamparados, festividad que tenía lugar el domingo 13 de mayo. La respuesta de una parte de los manifestantes no se hizo esperar: saltaron las vallas de protección de la plaza, escasamente protegida por un puñado de policías municipales, y arrasaron con todo el tinglado pirotécnico montado, poniendo en evidente peligro a todos los que en ese momento entraban en la plaza envalentonados al grito de “la Plaza es del pueblo”.

Los "indignados" entran en la plaza
Fotografía: Luis Pérez Armiño

No soy, ni mucho menos, experto pirotécnico. Sin embargo, me parece evidente la irresponsabilidad del Ayuntamiento que debería, al menos, prever lo que iba a ocurrir y efectivamente ocurrió. Al final, la plaza fue tomada, sin embargo, la situación de peligro fue más que evidente. Pero la provocación iba más allá, los responsables políticos municipales intentaban generar un clima de tensión entre manifestantes – indignados frente al resto de ciudadanía haciéndonos creer que la toma de la plaza había atacado el corazón del espíritu festivo valenciano, tan apasionado por todo lo que signifique pólvora, ruido y fuego. Al día siguiente, una alcaldesa exultante salía de su particular visita a la patrona de los valencianos, inconsciente del grave peligro al que había sometido a los participantes en la manifestación (al fin y al cabo valencianos también). Pero quizás más orgullosa de estigmatizar a todo aquello que suene a “indignado”, de tratar de causar una división entre la ciudadanía aún con más peligrosas consecuencias futuras.
Luis Pérez Armiño