Tanto los libros de Revilla como los discursos de Izquierda Unida son, y serán, promesas incumplidas mientras sigamos en Europa
Desde el "decretazo" de Zapatero, allá por mayo del 2010, nuestro sistema de protección social ha perdido fuelle en favor de los mercados. Así las cosas, los recortes de la derecha han dibujado un país de servicios públicos endémicos, más cercano a los lienzos americanos que a los idílicos norteeuropeos. Desde que don Mariano llegó a la Moncloa: los ricos son más ricos y, los pobres más pobres, dicho de otro modo, la brecha de la desigualdad es más ancha en el precipicio neoliberal. Un precipicio – un Estado -, que ayuda a los mercados y se olvida de los ciudadanos. Llegados a este punto es normal que los últimos sondeos del CIS muestren el descontento social con las "élites tóxicas" del poder. Es, precisamente, esta indignación civil por el deterioro del Bienestar, la que alimenta la llama de las modas populistas. Tanto es así, que últimamente son muy aplaudidos los discursos provenientes de "líderes de plató". Líderes, que arrojan a las "audiencias cabreadas", los mensajes que desean oír. Los mismos "jarrones blancos y con flores" que Hitler, Mussolini, Evita y Chávez, entre otros, regalaron a sus "pueblos analfabetos" para legitimar, a posteriori, sus dictaduras y pseudodemocracias.
Casi todas las semanas tenemos en la Sexta o en Tele-5 a Miguel Ángel Revilla. Como ustedes saben, este señor – expresidente de Cantabria -, es uno de los autores que más libros de "no ficción" vende en España. Si analizan su discurso observarán que recoge los mismos ingredientes que los líderes populistas. En momentos de crisis económica; indignación social y escepticismo político, es cuando el poder de la palabra es capaz de destronar al "príncipe" que nos gobierna. El discurso de Revilla representa el ideario colectivo de millones de españoles. Millones de españoles, les decía, de-sen-can-ta-dos con Mariano y Zapatero, que lo único que buscan es un líder – del partido que sea -que articule en los platós, el discurso de los bares. La misma fórmula barata que utilizó Obama con los suyos, y le fue reconocida con el Nobel de la Paz.
Desde la crítica debemos reflexionar sobre las consecuencias que entrañan los discursos populistas. En un país como el nuestro ,sometido a Europa, no tiene sentido emitir juicios fantasiosos a una masa analfabeta. No lo tiene, les decía, porque defender tales prácticas es lo mismo que sembrar "comida para hoy, y hambre para mañana". Por mucho "yes, we can" que vendió Obama al mundo; a día de hoy, sus palabras han caído en el saco roto de los hechos. Han caído en los lagos de la "nada" porque las aguas de la Tea Party – la mayoría en la Asamblea Legislativa -, soplan contracorriente en los aposentos de la Casablanca. Algo parecido ocurriría, en la Hispania que vivimos, si Miguel Ángel se presentara a las Generales. Los mensajes de Revilla – desde el respeto de la crítica – son similares a los que emitió Barack para ganarse a los suyos. Es, les decía, la empatía de las palabras populistas con el ideario colectivo, las que hacen, que la audiencias no cambien de canal cuando habla el expresidente de Cantabria.
Rajoy utilizó una estrategia parecida a la denunciada en el párrafo de arriba. Utilizó en las Generales: la incoherencia de Zapatero – el "decretazo" – y el descontento de muchos, para prometer la luna a cambio de la "nada". La misma "nada" que mencionó Cospedal para referirse al PSOE desde lo alto de la tribuna. Es, precisamente, la desolación del pueblo ante la promesas incumplidas de Obama y Rajoy, la que invita a la crítica a denunciar el empleo maquiavélico del populismo para conquistar el poder. Así las cosas, tanto los libros de Revilla como los discursos de Izquierda Unida son, y serán, promesas incumplidas mientras sigamos en Europa. No estoy defiendo la salida de Europa para la resurrección de la izquierda, sino un discurso realista que se ajuste a los mimbres merkelianos. Un discurso, les decía, integrador y veraz para que las promesas electorales no se conviertan en un vehículo pasajero para engañar a los mortales. Los mismos mortales que, en su día, creyeron a Hollande y, meses después, se encontraron con otro Sarkozy. ¡Café, por favor!
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