No acepto que tengamos una comprensión imperfecta de la infinitud, pues eso sería suponer una semicomprensión o una cuasicomprensión que en realidad no se dan y no considero siquiera que sean posibles. Nuestra noción de infinitud es tan perfecta como la que tenemos de finitud; tan completa es la noción de imparidad como la de paridad. No caben diferencias de grado: o se comprenden absolutamente la imparidad y la infinitud o no se comprenden en absoluto.
Concedo que no nos representamos un infinito actual en nuestra mente, pero no que no lo concibamos. Concebir es entender el valor de verdad de una proposición. Entendemos la proposición “Lo que no es finito es infinito”. Por tanto, concebimos la infinitud al mismo nivel que la finitud. Diré más: no es concebible la finitud sin una comprensión simultánea de la infinitud.
La cuestión, pues, es si la noción de infinitud es finita o infinita. Para resolverla debemos preguntarnos si hay algo en el infinito que no esté en su noción. Cuando afirmamos que hay infinitos números impares, vemos que la imparidad no añade nada a la infinitud ni ésta depende de aquélla, puesto que también hay infinitos números pares. La infinitud no es más que una negación de la finitud. No es, como podría creerse, la negación de la finitud y su repetición “ad infinitum”. Dado que esta repetición infinita no es concebible por nuestro intelecto finito, resulta evidente que no tiene cabida en el concepto de infinitud, que sin embargo poseemos, dado que sin él la finitud sería incomprensible. Asimismo, tal repetición es por completo superflua, como lo sería contar hasta mil para comprender el número mil.
El caso de la infinitud es realmente particular, ya que de ordinario una noción no contiene en sí misma todo lo que implica. Así, la noción de calor no es caliente ni se calienta el espíritu por concebirla. La noción de inmortalidad tampoco es inmortal, porque carece de vida, ni hace inmortal al que la comprende. Ni, en fin, es extensa o nos extiende la noción de extensión. Pero la noción de infinitud sí es infinita e infinitante. No es más infinita en la mente de Dios que en la nuestra, por la misma razón que nos lleva a concluir que en el sublime entendimiento divino el concepto de triángulo no es más triangular ni el de tres más impar de lo que lo son en nuestras pobres luces. Que Dios pueda representarse en acto todos los triángulos y todos los números impares o infinidad de series infinitas no le da la menor ventaja sobre nosotros en este punto.