Sobre los fines de la Unión Europea

Publicado el 17 junio 2013 por Vigilis @vigilis
Cuando hablo de cambiar nuestra relación con la Unión Europea, hablo de cambiar la propia Unión Europea. Fines, bases, instituciones y forma de relacionarse con los estados miembros, los recursos naturales, otros agentes internacionales y los ciudadanos. Como es un tema que supera el formato presente, tendré que dar brochazos gordos. Los brochazos gordos siempre son burdos y torpes. Valga la advertencia.

Finalidad de la UE
En primer lugar, todas las declaraciones de los eurófilos apuntan a una «más perfecta unión». Es como si sobre las aguas de la dorsal atlántica se alzara un gigantesco espejo y Europa tuviera que imitar la conformación de un nuevo país formado por partes antes divididas a imitación de los EE.UU. Esto no resiste ni el más mínimo análisis histórico. Lo que lleva a la creación de los Estados Unidos es una situación colonial, de dependencia de la metrópolis y el sentimiento de lucha contra el enemigo común, Inglaterra. Cuando comienza la integración europea sí es cierto que los enemigos eran evidentes: el horrible pasado y el incierto futuro en un mundo bipolar. Hoy la situación ha cambiado. Hoy tenemos museos y el mundo lo domina una potencia hegemónica (cuando menciono la hegemonía no me refiero tanto a poder militar sino a estrenos de cine).
El hecho de que existan varias instituciones internacionales que no chocan con la soberanía de los países (OMC, OTAN...), es decir, cuya membresía se acomoda a lo que los parlamentos nacionales deciden, apunta a la posibilidad de que la creación de artificios con nuevas soberanías no tengan que ser necesarios. Esta idea choca frontalmente con la idea de una Europa soberana y al mismo tiempo se amolda exactamente a lo que dice el artículo 93 de nuestra moribunda constitución.
Son muchas las razones que se esgrimen para defender este «imperio no imperial». Dejando a un lado las razones derivadas de un juicio histórico discutible, que por culturales pueden cambiar en el tiempo (es decir, razones del tipo «hay que evitar una nueva guerra en Europa» o «hace falta un actor internacional con peso para defender la paz en el mundo»), nos quedamos con razones de caracter práctico: apertura de fronteras, negociación aduanera con terceros países, estandarización industrial, etc. ¿Estas razones pro-europeas de caracter práctico exigen la construcción actual del entramado europeo? No. Tal vez se necesiten instituciones comunes permanentes por áreas temáticas y una reunión periódica de los gobiernos de los estados miembros. Pero desde luego que este tipo de relación próxima entre los países no exige la creación de un parlamento o una comisión.

La eurofilia nos dirá que si un estado miembro no quiere cumplir un acuerdo concreto sobre un tema, se crea un problema. Es cierto, pero ¿acaso no es mayor problema hacer desaparecer las constituciones nacionales al crear una nueva? ¿No es acaso más costoso y problemático? Lo es y los eurófilos lo saben. Por eso tienen un truco: la moneda común.
Las monedas nacionales responden a una idea del XIX. Son instrumentos de nacionalización y construcción del estado-nación moderno. Cumplen una función similar a las leyes educativas, la mili o el ancho de vía. Un banco central que emita deuda nacional es una institución relativamente reciente que más o menos funciona. Un BCE que no emite deuda obliga a los estados participantes a ajustar sus cuentas. Esto es positivo si algunos países son manirrotos, pues les obligas a comportarse como personas civilizadas: evitar el despilfarro público crea sociedades prósperas y con sistemas políticos más robustos.

El caso es que para que un monopolio de moneda funcione en un territorio, esta moneda debe contar con un gobierno que emita una deuda nacional: esta deuda nacional es la que posibilita el crédito internacional. Ésta al menos era la idea cuando empiezan a aparecer los bancos centrales. La UE sin embargo, hace al revés este proceso: primero crea una moneda y luego espera a que alguien pida una deuda europea. Para que exista una deuda europea es inevitable que exista un gobierno europeo. Es decir, lo que los países han hecho costosamente tras librarse del Antiguo Régimen e inventarse la nación política, Europa lo hace saltándose el paso previo de tener un gobierno soberano. ¿Se debe esto a la torpeza? No. Se ha buscado esto a propósito porque todos sabían que ningún país iba a ceder su soberanía por motivos tan escuálidos como la paz en el mundo o el imperio no imperial.

El rechazo público a los ajustes que se piden por estar en el euro, tan sólo son consecuencias buscadas para apoyar esa «unión más perfecta». Descartando el salir del euro debido a su alto coste, lo único que nos queda es un gobierno europeo.
Una UE que no buscara una unión monetaria no habría provocado los incendios en Atenas ni las protestas en Lisboa. Tenemos una moneda común pero ni se produce la especialización regional ni el movimiento de dinero se comporta como si tuviéramos una moneda común. Atenas sigue queriendo fabricar barcos y el dinero se refugia en Alemania. ¿Por qué? Porque el euro no es una moneda sino un instrumento político.
¿Es posible que nadie viera venir esto? Lo dudo. Lo que sí sabemos es que la incorporación a Europa de los países del sur, se hizo comprando a los países. Miles de millones de euros que durante los últimos veinte años llegaron en forma de fondos de cohesión. Unos fondos que bien empleados (es decir, que compensaran una posible bajada de impuestos que hiciera a nuestras empresas más competitivas) nos dejarían en una posición mucho mejor de la que estamos. El fantasma de la abundancia que se vivió en la primera década del siglo corriente indica que el euro es inocente de todo cargo, que el BCE nunca ha manejado los tipos de interés y que Alemania nos tiene manía. Por eso nuestros próceres desfilan diciendo que necesitamos más euro, más competencias para el BCE y de paso más poder para Alemania. Creo que en psiquiatría esto tiene un nombre.

La imposibilidad de la representatividad política europea
Un diputado de Coventry defiende los intereses de los electores de Coventry. Un diputado de Cuenca defiende los intereses de su partido y de forma indirecta de toda la nación española. Desde hace cierto tiempo decimos que la nación la forma su población y es soberana. Esta soberanía se expresa más (Reino Unido) o menos (España) en un parlamento. En Europa, la existencia de parlamentos responde a la previa existencia de naciones, a las que se les presupone una voluntad (de ahí que se tomen decisiones políticas y que haya un debate público, aunque en España no vemos mucho de esto, menos mal que tenemos parlamentos regionales para solventar esta carencia. Aunque también es verdad que quizás tengamos demasiados parlamentos regionales).

La Unión Europea, que mimetiza el proceso (republicano-francés) de creación del estado-nación, tiene un parlamento que sin embargo no representa una soberanía europea. Ni reformando este parlamento podrá nunca representar a la soberanía europea porque previamente no existe una nación política europea (la UE no surge de ningún estado previo del Antiguo Régimen ni tampoco su territorio forma parte de un imperio mayor). De ahí el eufemismo de Barroso de imperio no imperial. Dar la apariencia de nación política a algo, no convierte a ese algo en una nación política.
Es cierto que de cara a las próximas elecciones europeas se han dado pasos para profundizar esta farsa. Sin embargo, si vamos a los órganos ejecutivos de la Eurocosa, las contradicciones son todavía más evidentes: por una parte tenemos una Comisión, organizada por áreas temáticas, a imitación de un consejo de ministros. Por otra, tenemos un Consejo, que al ser la reunión de los jefes de gobierno de los estados miembros, pasa por ser un gobierno colegiado de la UE. En la práctica, es el Consejo Europeo el órgano que marca las directrices de la política comunitaria. En teoría, cada país tiene voz y voto, pero en la práctica, las diferencias de peso son evidentes, conformándose a veces grupos cambiantes en función de los intereses particulares de cada país. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que a la hora de la verdad, pese al teatrillo, la UE no deja de reconocer que está formada por países, y no por personas (no existe el «ciudadano europeo»). Si esto lo llevamos a sus últimas consecuencias, el ahorro de tiempo y dinero sería formidable: reuniones periódicas de los gobiernos y acuerdos mediante tratados multilaterales. Punto.
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Como avisé, esto es una opinión de brocha gorda y habría mucho que matizar. Sobre todo detecto un problema sobrevolando el tema: no existe en la opinión pública un discurso alternativo al oficial, con lo que todo debate sobre el futuro de la Unión acaba siendo un juego de máximos sin tener en cuenta matices. La incansable propaganda eurófila acaba convertida en un europeísmo banal: todos quieren más Europa pero muy pocos me pueden decir el nombre de tres comisarios o de diez europarlamentarios. Menudo éxito el de esta Europa. Qué pies de barro tan bonitos tiene esta democracia europea tan llena de anatemas y ostracismo.
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