Mientras la primera, cuya duración seacerca a las dos horas, se desenvuelve con una lentitud exasperante,de manera que, desde bien pronto, las miradas al reloj empiezan aproducirse con cada vez menor frecuencia (síntoma inequívoco deaburrimiento...), la segunda, con una duración prácticamenteidéntica (seis minutos más, para ser exactos), se pasa en unsuspiro, de modo que, cuando uno repara en el tiempo transcurrido, seencuentra ya con los planos finales y al borde mismo del desenlacedefinitivo de la historia. ¿Dónde radica el fundamento de dosreacciones tan diametralmente opuestas ante los relatos en pantalla,más allá del interés que, en base a consideraciones personales,pueda causar en cada cual el contenido de las tramas? En el ritmonarrativo, amigos lectores. No sabría precisárselo con un desbrocepormenorizado, cronómetro en mano, del metraje de cada uno de losdos films, pero la experiencia directa es contundente en cuanto a susresultados.
Si les apetece probar, permítanme unsolo consejo: fíense de mis impresiones respecto a la primera —yasí se ahorran su visionado...—, y sumérjanse a fondo en lasegunda —el mago Hitch garantiza dos horas de placer cinéfilo dealto nivel—. Y, eso sí, cuéntenme después...
* Grageas de cine LXXVII.-