Sobre niños y niñas

Por José Eduardo @JoseEduardoSoy

De: Ivan Ângelo

El niño, de unos diez años, venía caminando descalzo por el sendero de tierra de la hacienda, con una jaula en la mano. El Sol abrasador de la una. La niña, de unos nueve años, iba en el auto con el padre, el nuevo dueño de la hacienda, gente de Sao Paulo. Ella vio el pajarito en la jaula y se lo pidió al padre:
¡Mira qué lindo! ¿Me lo compras?
El hombre detuvo en auto y dijo:
─¡Oye, niño!
El niño se dio la vuelta, se les acerco, carita de ángel. Se paró al lado de la ventanilla de la niña. El hombre:
─¿Vendes el pajarito?
─No, señor.
El padre miró a la niña con cara de qué se le va a hacer. La niña insistió suavemente como si el padre a todo lo pudiera:
─Dile que me lo venda.
El padre, su intermediario, por darle gusto, volvió a preguntar:
─¿Cuánto quieres por el pajarito?
─No lo vendo, señor.
La niña se quedó decepcionada y le secreteó:
─Ay, papá, cómpramelo.

Ella no consideraba, o aún no había aprendido, que un negocio se hace cuando hay un vendedor y un comprador. En ese caso, faltaba solamente el vendedor. Pero el padre el padre era un hombre de negocios, experto en la Bolsa, acostumbrado a convencer a los más vacilantes o a marear a los más recalcitrantes.

─Te doy diez mil.
─No, señor.
─Veinte mil.
─No, no lo vendo.
El hombre se metió la mano en el bolsillo, sacó el dinero, mostró tres billetes, irritado.
─Treinta mil.
─No lo estoy vendiendo, señor.

El hombre murmuró (”qué niño majadero”), y se dirigió a la niña:
─No quiere venderlo. Ten paciencia.
La hija, despacito, indiferente a las imposibilidades de la transacción:
─Pero yo lo quiero, mira qué lindo. El hombre miró a la niña, a la jaula, a la ropa percudida del niño, con una rasgadura en la manga, el rostro rojo de Sol.
─Déjame a mí.

Se levantó, dio la vuelta y se fue hacia allá. La niña buscaba intimidad con el pajarito, el dedito entre las rejas de la jaula. El hombre con maña, estudiaba al adversario:
─¿Cómo se llama ese pajarito?
─Todavía no le he puesto nombre. Lo cacé ahorita.

El hombre, casi impaciente:
─No te pregunté si está bautizado, niño. Es un jilguero, un cardenal, ¿qué es?
─Aaaah. Es un pico de lacre.
La niña habló por primera vez con el niño.
─¿Va a crecer?
El niño fijó sus ojos negros en los ojos celestes.
─No crece. Es así, pequeñito.

El hombre:
─¿Y canta?
─No, no canta. Es puro chirrido.
─Qué pajarito tonto, ¿eh?
─Sí. No sirve para nada, sólo es hermoso.
─¿Lo casaste en la hacienda?
─Sí. Ahí en el monte.
─Esa hacienda es mía. Todo lo que hay en ella es mío. 

El niño sujetó con más fuerza el gancho de la jaula, y con la otra mano agarró las rejas. El hombre creyó que era el momento y dijo, poniendo una mano en la jaula, dinero en la otra:
─Te doy cuarenta mil, listo. Tómalos.
─No, señor, muchas gracias.
El hombre, medio mandón:
─Véndeme eso ya, niño. ¿No ves que es para la niña?
─No, no lo estoy vendiendo.
─¿Cincuenta mil! ¡Tómalos! y cogió la jaula.Con cincuenta mil se podía comprar una bolsa de frijoles, o dos pares de zapatos, o una bicicleta vieja.

El niño resistió, sujetando la jaula con las manos temblorosas.
─No lo vendes ¿por qué?, ¿eh?, ¿por qué?
El niño, arrinconado, intentaba explicar.
─Porque me pasé todita la mañana para cazarlo y tengo hambre y sed, y quisiera quedarme con él un poquito más. Mostrárselo a mi mamá.
El hombre volvió al auto, nerviosos. Golpeó la puerta, culpando a la hija por el mal rato.
─¿Viste lo que pasa a uno cuando se mete con esa gente? Son unos ignorantes, hija. Vámonos. 

El niño se acercó a la niña y le dijo despacito, para que sólo ella escuchara:
─Mañana te lo doy.

Ella sonrió y comprendió.


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