Ojalá, todos los días, se publicaran libros como los de Saviano, Gonzalo o Benedetti
En las tripas del presente, hay escritores perseguidos y amenazados de muerte por la incomodidad de sus escritos. Roberto Saviano – autor de Gomorra -, sin ir más lejos, vive condenado entre los barrotes de sus palabras por los secretos revelados acerca de la Camorra y del crimen organizado en las sombras sicilianas. Su libro ha sido el culpable de más de dos millones de copias vendidas – evidencia que corrobora las teorías de Mejide en su obra: "#Annoyomics: el arte de molestar para ganar dinero" -, y de una persecución imparable por el clan de los Casalesi. Saviano, hace seis años, tuvo que abandonar su tierra por el alto riesgo de atentado que corrían él y su escolta. Salman Rushdie, por su parte, vive condenado a muerte por la publicación Los versos satánicos. Tanto disgustó su obra a las élites islámicas que, desde febrero del ochenta y nueve, su cabeza tiene precio en el mercado de los matones. Desde entonces, Rushdie no duerme tranquilo, ni siquiera se le ocurriría sacar a pasear al perro sin el chaleco antibalas. Los libros acerca de la guerra de Chechenia, escritos por Ana Politkóvskaya, sentaron como una patada en el culo al régimen de Wladimir. Tras un envenenamiento fallido, la periodista siguió, erre que erre, metiéndose en problemas. Publicó La Rusia de Putin, la gota que colmó el vaso para que fuera asesinada en el ascensor de su casa. No olvidemos, que aparte de tales ejemplos, la homosexualidad y la disidencia con el régimen de Franco, también le costo la vida al autor del Romancero gitano. Mario Benedetti y Beltolt Brecht también se metieron en líos por desnudar su pensamiento en alcobas equivocadas.
En el año 2012, no sé si ustedes lo recordarán, una joven, del Reino Unido, fue condenada a 56 días de cárcel por reírse en la red social del desmayo de un futbolista. Al parecer, la autora escribió un tuit con comentarios racistas y ofensivos contra el jugador, tras desplomarse en el suelo y temerse por su vida. Ese mismo año, el periodista Hamza Kashgari se ganó una condena de muerte por un tuit acerca de Mahoma. Hamad al Naqi, otro bloguero, está condenado a diez años de cárcel por blasfemar en twitter sobre la religión musulmana. En España, un internauta fue condenado a pagar una multa de unos 1.300 euros y pedir perdón a Cifuentes – la delegada del Gobierno de Madrid – por la retahíla de insultos que le escribió en las redes sociales. Francisco José Espinosa, posiblemente sería cabeza de cártel, por UPyD, para la alcaldía de Jerez, si no fuera por aquel famoso tuit: que le dedicó a los catalanes tras la victoria del Real Madrid. Tuit, les decía, de mal gusto que le costó su dimisión. Castelao – la apuesta de Báñez para presidir el Consejo General de la Ciudadanía Española en el exterior – no le quedo otra que dimitir, tras su comentario machista acerca de las mujeres: "las leyes son como las mujeres, están para violarlas".
Como les decía, estimados lectores y lectoras, las palabras son como las piedras del camino, que cuando las cogemos con la mano y las lanzamos al vacío; no sabemos, a ciencia cierta, si caerán en la cuneta o lesionarán al vecino. Por ello, porque no sabemos el sino de las mismas, es mejor, en ocasiones, no lanzarlas por si nos tocara resarcir a los otros por los daños causados.
En las tripas del presente, hay escritores perseguidos y amenazados de muerte por la incomodidad de sus escritos
Luis Gonzalo Segura, autor de Un paso al frente, ha sido arrestado, esta semana, durante 30 días por decisión administrativa. Ha sido arrestado, les decía, por los tentáculos militares para "impedir – en palabras del teniente – que otros militares hagan lo mismo" (que revelen la supuesta corrupción e irregularidades que se cuecen en las tripas cuartelarias). Es, precisamente, la oscuridad que se esconde en los estercoleros de algunas instituciones, la que hacen necesario que escritores como Gonzalo saquen a la luz la basura del sistema. La saquen, les decía, para quitarle la careta a quienes supuestamente "chupan de la teta" mientras los otros - los humildes - callan en sus garitas por el miedo a los galones. Ante la molestia del escrito surgen las mordazas del poder para acallar a quienes, por meterse en follones, han abierto los ojos a los otros: nosotros, los ciegos, los creyentes. Ojalá, todos los días, se publicaran libros como los de Saviano, Gonzalo o Benedetti. Ojalá, les decía, porque gracias a esta literatura, de crítica y denuncia social, el vampiro de la corrupción moriría al sacarlo de las tinieblas. Mientras tanto, mientras la mayoría de los autores escriban sobre ciencia ficción y novelas históricas – algunas mal documentadas -, los "chorizos de cuello blanco" seguirán cometiendo fechorías y riéndose de nosotros por no tener quien les escriba.