Revista Filosofía

Sobre una tipología pendiente (o de por qué “caviar” no debería ser un insulto) (I)

Por Zegmed

La reflexión en torno a la noción de “caviar” es algo que ha ocupado mi tiempo hace ya algunos años. Nunca he escrito nada al respecto, pero estoy convencido que en torno a dicho concepto existen una serie de errores que vale la pena aclarar. Ayer, de modo casual, tuve una muy interesante conversación sobre el tema con varios de mis mejores y más lúcidos amigos. La conversación se tornó muy buena y se extendió por tiempo suficiente como para afinar argumentos y desarrollar lo que podría llamarse una “tipología del caviar”. A continuación comparto mis ideas al respecto y mi balance de la conversación de ayer.

La primera cuestión necesaria consiste en identificar con alguna claridad los elementos que constituyen la noción de caviar. Ustedes habrán escuchado a los señores Mariátegui y Rey, entre otros, hacer numerosas y gratuitas menciones del concepto; sin embargo, hasta donde sé, no ha habido ningún esfuerzo genuino por delimitar bien sus alcances y creo que esto es fundamental para los fines de este breve artículo. En ese sentido, lo primero que hay que destacar es que “caviar” es un concepto que se usa de modo peyorativo. De hecho, su versión más común se asocia a la izquierda, de ahí la noción de “izquierda caviar”. De esto se sigue, además, que “caviar” se usa como agravio, usualmente, por los enemigos de derecha de las posiciones de izquierda. La derecha más recalcitrante ha sido la que ha acuñado el concepto (vale decir que el concepto no es invento peruano, se ha usado en Francia, por ejemplo, pero el rastreo del mismo no me interesa) y ha logrado, con algo de éxito, creo, extenderlo suficientemente entre el imaginario popular. El ícono máximo de la izquierda caviar sería, al menos en estos tiempos, Susana Villarán De la Puente.

Sobre una tipología pendiente (o de por qué “caviar” no debería ser un insulto) (I)

Ahora bien, ¿por qué se trata de una noción de orden peyorativo? Básicamente porque supone una contradicción performativa que los acusadores identifican como insalvable. Podríamos delinearla así: “el izquierdista caviar es un sujeto que defiende causas sociales y reivindicaciones de lo más pobres, una persona que se identifica con el sufrimiento y con la injusticia de la gente menos favorecida; no obstante, el caviar vive en Miraflores, La Molina, San Isidro, San Borja o Surco, es blanco, sus padres tienen un ingreso per capita notoriamente más elevado que la media del país, han estudiado en los mejores colegios privados de Lima (cuando no en Los Reyes Rojos o La Casa de Cartón, los buques insignia del caviarismo escolarizado) y, casi necesariamente, tienen que haber estudiado en la Universidad Católica”. Ese sería el dato frío, por llamarlo así. La interpretación que los acusadores hacen del mismo sería, más o menos, la siguiente: “como puede verse, esta es una contradicción insalvable: estas personas defienden de modo hipócrita e inconsecuente formas de vida incompatibles. Por un lado, se dicen defensores de los pobres y, por el otro, viven de un modo que esos pobres difícilmente pueden siquiera imaginar. Se benefician del sistema de acumulación capitalista, pero se declaran socialistas y defensores del injusto trato que sufren los más pobres del país. En suma, llevan un tipo de vida que, a cada paso, constituye una contradicción y un elemento que abona a favor de mantener la desigualdad y la pobreza que, sin embargo, combaten”. Creo que mi “estado de la cuestión” es, en general, básicamente correcto. Sé, por supuesto, que se pueden hacer muchas precisiones más. Podríamos hablar de variables étnicas, de factores relativos a prácticas racistas, del tipo de carrera que escoge un caviar, etc. Creo que todo eso es accesorio, aunque valioso. Digamos, pues, que con lo dicho hemos delineado más o menos bien lo central del asunto. Sigamos adelante, entonces.

Creo que hay dos cuestiones que hay que plantear: 1. ¿La contradicción performativa es realmente insalvable? y 2. ¿Por qué se pican tanto los llamados caviares? De hecho la respuesta puede hacerse conjuntamente, pero trataré de separarla.

1. Yo creo que hay un cierto nivel posible de contradicción, pero, en general y en abstracto, creo que hay un error conceptual de parte de los acusadores. Creo que el problema está mal enfocado. No se trata tanto de una contradicción performativa, sino de un genuino deseo de transformación de la sociedad. El llamado “caviar” no quiere ser pobre, el caviar quiere que pobre salga de esa condición. Por eso sostengo que hay una trampa en el argumento de Mariátegui et al., la trampa consiste en poner la atención en algo que termina siendo una falacia: “son amigos de los pobres, pero viven como ricos, o sea, son unos hipócritas”. El llamado caviar (no todos, claro) quiere que el pobre tenga las oportunidades que él tuvo, quiere que el menos favorecido salga de su condición y pueda vivir con mediana comodidad, quizá con la misma comodidad del propio caviar. Así, al menos desde la perspectiva que sostengo, no hay contradicción insalvable. El caviar no quiere, ni tiene por qué, renunciar a lo suyo, a su sueldo, a sus comodidades; el caviar quiere hacer los esfuerzos –y si es genuino, de hecho los hace– para que el menos favorecido tenga las oportunidades que él o ella tuvo. Creo que se nota, entonces, la falacia de Mariátegui y cía. Ahora bien, algunas precisiones más tendrían que ser hechas. a) No toda persona  que se declara ideológicamente de izquierda hace un genuino trabajo de transformación social. Muchas de ellas solo comulgan en la teoría, pero serían incapaces de ir a un Asentamiento Humano o de participar en marchas o reivindicaciones sociales de modo activo. Su gesto de mayor responsabilidad social es, las más de las veces, tratar con respeto a su empleada. Evidentemente, ante esto, la crítica de los anti-caviares cobra fuerza. Aunque, si uno es un poco más justo, tampoco tendría por qué levantar una censura excesiva ante estos casos. Se trataría de personas decentes, poco activas en la transformación de la sociedad, electores de izquierda y personas respetuosas de las reglas básicas de convivencia pacífica. No aportan demasiado, pero no atentan. Son lo que un amigo querido ha llamado con humor no la izquierda caviar, sino la “izquierda huevera”.

Sobre una tipología pendiente (o de por qué “caviar” no debería ser un insulto) (I)

Hay otro tema teórico complejo que sí podría abonar a favor de la contradicción insalvable.  La idea es esta: b) que si bien el caviar puede tener intenciones legítimas y de hecho puede estar trabajando a favor de los cambios sociales, al vivir cómodamente a partir de las condiciones estructurales del capitalismo, en el fondo jamás podrá lograr lo que quiere porque sólo alimenta al monstruo voraz del capital que es el que hace permanente la pobreza. Esta es una crítica más fina y más interesante. No pretendo extenderme en demasía porque es un tema difícil (recomiendo al respecto la lectura de un intercambio de posts muy interesante llevado a cabo por Daniel Luna y Daniel Sacilotto). Lo que cabe decir, contra Zizek y otros, es que yo no veo con tanto pesimismo el sistema capitalista. Creo que el mismo necesita ajustes serios y que supone muchas contradicciones, pero creo que gobiernos con mayor preocupación por la redistribución del dinero de las arcas estatales pueden hacer aportes genuinos en la reducción progresiva de la pobreza. Además, las opciones alternativas han fracasado de modo rotundo en el balance general. Cuba es una pena absoluta para la región y Venezuela anda en camino al desastre. Yo me considero un defensor de la democracia liberal, pero creo que la misma requiere ajustes. Creo que los mismos pueden hacerse internamente y no creo que haga falta ninguna acción revolucionaria, al menos no al viejo estilo de las revoluciones armadas del siglo XX. Sobre esto se puede discutir mucho, claro, pero es un tema que va más allá de esta discusión sobre lo caviar. Va más allá, además, porque los acusadores nunca han desarrollado argumentos finos y este de estilo zizekiano sí lo es. Por ende, baste con lo dicho hasta aquí.

Hay un segundo punto pendiente, que tiene que ver con el modo en que los acusados, los supuestos caviares, toman la imposición del rótulo. La mayoría lo toma a mal porque, de hecho, se dice como un insulto. Lo que analizaré en la próxima entrada es si tiene sentido que vean el asunto como un insulto y, sobre todo, cuáles serían las razones por las cuales se sienten insultados. Por el momento, para no extendernos demasiado, dejemos en este punto la argumentación.


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